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Primera cita:

Alô Alô desapareció a mediados de la década del noventa. Era un bar «transparente» del productor cinematográfico italiano Dino de Laurentiis y del empresario brasileño Ricardo Amaral: un cubo de vidrio plantado en la esquina de la Calle 61 y la Tercera Avenida, a una cuadra hacia el norte de Bloomingdale’s. En esa pecera de lujo dejaban su dinero los especímenes raros que en el lugar se exhibían. Mientras se emborrachaban con caipirinhas y dry martinis carísimos, los modelos de Bloomingdale’s y el sofisticado sector excéntrico-elegante de la sociedad del Upper East Side, allí se observaban y respetaban mutuamente.

Después de que Mallory al final del día de trabajo pasó a buscar a Adriano por el Center Clip de La Parfumerie de Bloomingdale’s, “el trago” que compartieron en Alô Alô en su primer encuentro en realidad fue una hilera interminable de caipirinhas. Cuando hubieron bebido más de lo suficiente, tomaron un taxi en dirección al estudio de Adriano, sobre la Broadway del Upper West Side.

Apenas entraron, Adriano levantó en brazos a Mallory. Sus bocas se unieron mientras Adriano la depositaba en la cama con la delicadeza de quien manipula la reliquia de una civilización desaparecida, o el ícono sagrado de alguna religión cuyo Dios fuera único, universal e irremplazable. Levantó y retiró su microvestido de estampado geométrico en colores brillantes Emilio Pucci, desabrochó las medias blancas del portaligas y finalmente el le quitó el diminuto slip de seda.

Acarició su cuerpo desnudo, lo recorrió con su boca, y bebió a continuación su liquidez, hasta entender cómo era una borrachera sublime. Pasado algún tiempo, instó a Mallory a ponerse boca abajo y oralmente exploró también los secretos que escondían sus perlados glúteos. Por último —ya cara a cara; mutuos pares de ojos, fijos en un reconocimiento sorprendido y expectante— los modelos se unieron en intercurso.

La habitación se tornó incandescente, y algo más tarde, por primera vez Adriano sostuvo entre sus brazos a una Mallory que desfallecía en las profundidades de sus intensos orgasmos.

Cuando despertaron Adriano intuía que el tiempo de Mallory con Lucian acabaría allí mismo. Habría, sin embargo, una inevitable complicación, que Adriano no podría anticipar en ese momento. Ese no era el modo como Mallory se relacionaba con sus hombres. Dogma: En la Vida de Mallory los Hombres Siempre Se Superponen

Por la mañana bebieron sólo un café, pero hicieron panqueques mientras fumaban y charlaban inventando excusas para faltar a Bloomingdale’s. Mallory —tal vez aún inconsciente de la imminente ruina de su fortaleza helada, de la puerta de hierro a punto de caer— se transformó en la protagonista de esa conversación.

Habló, y habló, y habló; antes, durante, y después de los panqueques. Lo hizo casi sin interrupción por el resto del día.

Habló de su infancia en el viejo barrio judío del Lower East Side de Manhattan; de su madre amenazadora, de su hermano frío y distante —el empresario poderoso— y de su odiosa hermana Sarah. Le contó de la noche fatídica cuando el novio de Sarah violó a Mallory mientras la herman fingía estar dormida en la cama contigua.

Le contó del larguísimo tiempo como camarera de hotel en Londres —durante la primera etapa de su período europeo. Recordó entonces su experiencia como actriz de películas pornográficas. Adriano oyó con estupor el relato detallado de las elaboradas coreografías que Mallory y Burton, su amante del momento, creaban y después representaban en los teatros de sexo al vivo del Red Light District[1] de Ámsterdam. Le confesó que había comenzado a sentir una creciente excitación cada vez que alcanzaba un orgasmo auténtico y completo en el escenario, frente al público, “el papel dramático más sublime que he actuado en toda mi carrera de actriz”, observó. Fue allí, le dijo, donde entró en contacto con esa violencia desmayadora de sus climaxes sexuales, como el que habían vivido juntos no muchas horas antes. Fue a partir de escenas vividas en esos escenarios, ante full houses[2] de audiencias en trance, que su cuerpo se fue desconectando del previo estado de dualismo con su espíritu: fue “acabando en público” —en vivo— que Mallory alcanzó lo trascendental. Su cuerpo se fusionó a su alma; fueron uno y el mismo. Su cuerpo pasó a ser también su alma.

Por la tarde, mientras bebían whisky Glenfiddich on the rocks en pesados tumblers de cristal, Mallory le relató a Adriano los detalles de sus viajes internacionales, saltando de casino en casino como “conejita de la suerte” de un fullero profesional, Auguste Soldàn, que tenía martingalas muy efectivas y ganaba océanos de dinero —miles y miles de dólares y euros llegaban y se iban de las manos de este hombre en pocos días.

Vivian con una intensidad apocalíptica, comentó Mallory.

Describió el movimiento y la gente rarísima que poblaba las mesas de black-Jack, póker, baccarat y ruleta a las que sentaban juntos en el Casino de Monte Carlo, durante las noches de Mónaco —y la borrachera celebratoria homérica de Perrier Jouët Belle Époque, que se agarraron una noche particularmente afortunada; cómo durmieron el hangover subsecuente en la suite presidencial del Hôtel Hermitage, un verdadero palacio, contiguo al casino; cómo dejaron abandonado —de forma decadente y bloqueando la entrada de ese hotel en la Plaza Beaumarchais— el Bentley Continental coupe convertible color negro [pero el edición limitada, de guardabarros plateados], que Mallory había elegido en una agencia de alquileres de automóviles de altísima gama del Boulevard Albert 1er.  al llegar a la ciudad.

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Y habló entonces de la muerte de su padre, “su único amor”, cuando ella estaba muy lejos, y de su regreso a New York… demasiado tarde.

Siguió hablando, y hablando, y hablando. Le contó de su amistad con Madonna. Juntas servían las mesas del famoso night-club Nell’s, en el número 246 de la Calle 14 Oeste, cuando Madonna todavía «no era nadie», y ambas eran las únicas garçonettes del lugar. Cómo habían hallado un espacio providencial en el East Village donde fueron roommates junto a otras chicas. “El tipo que era dueño del loft albergaba solamente a mujeres hermosas y tarde o temprano acababa cogiéndoselas a todas, una por una; quiero decir: realmente ¡A TODAS! A la única que no se cogió fue a Madonna. A Madonna no se la pudo coger jamás. Madonna sólo se cogía a quien ella elegía. Ya en esa época Madonna sabía perfectamente lo que quería, y no estaba dispuesta a detenerse hasta conseguirlo, a lograrlo. Y ya ves…”.

Según Mallory, por aquellos días la única posesión de Madonna era una bolsa de dormir. Se incendió una noche cuando —después de charlar con Madonna horas y horas— se durmieron lado a lado abrazadas, Mallory con el último Benson & Hedges de la noche todavía encendido en la mano. Adriano y Mallory rieron bastante ante la idea de Madonna muriendo todavía desconocida, quemada viva por Mallory.

Mallory le confidenció también que Madonna en esa época a menudo le pedía dinero prestado y siempre hacía cuestión de devolvérselo, y Mallory nunca se lo aceptaba. Era una constante: Madona nunca tenía dinero y estaban siempre juntas. Eran tan inseparables que en los antros exclusivos del Greenwich Village que frecuentaban, las llamaban “Las M&Ms”, como los caramelitos cubiertos de chocolate.

Después, la vida y las famas desiguales en espacios disímiles las separaron…

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Hasta ese momento Adriano no había imaginado ni intuido esa vida que el aluvión de palabras de Mallory trajo a la superficie durante esas horas. Dentro de Bloomingdale’s ese altar art-déco de la moda donde Adriano había visto y elegido a esa mujer insospechable que ahora se desnudaba ante él sin restricciones, no existían parámetros que permitiesen una posible elaboración especulativa del pasado oculto de la inefable modelo. En realidad, su primer diálogo había sucedido la noche anterior, en Alô Alô. Adriano jamás podría haber supuesto que existiese algún stock de experiencias personales archivado en una helada fortaleza de piedra cerrada a trancas y llaves, porque desconocía la existencia de cualquier fortaleza. Toda percepción previa e incipiente de Mallory que Adriano pudiese haber estado consolidando en su mente, ahora había sido sepultada bajo el torrente que constituía esa confesión.

Así pasó el día.

En algún momento de la noche, Mallory extrajo un pequeño frasco de su cartera y cortó algunas líneas de cocaína para los dos. Adriano se admiró al verla manejar con tamaña destreza y velocidad la lámina de afeitar —un precioso dije removible de oro y brillantes que colgaba de un grueso brazalete de oro macizo Chanel tipo cadena, que Mallory llevaba ese día en la muñeca.

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Mallory diseñó líneas rectísimas, de un polvo tan albo como las azúcares más puras y refinadas. Con la hoja de oro las iba cortando a la perfección sobre un pequeño espejo circular que había descolgado del baño de Adriano y ahora tenía en su falda. Las carreras de cocaína parecían trazadas con una mini-escuadra arquitectónica, pero Mallory las construía a ojímetro y en alta velocidad.

Mientras cortaba, Mallory le contó con pena de las pobres chicas que trabajaban en el puesto más bajo de la industria pornográfica: las “flautistas”. Explicó que, para provocarles las erecciones indispensables del oficio, esas groupies[3] casi honorarias tenían que hacerles blow jobs[4] a los actores antes de cualquier performance, sea para un film o un show al vivo [en ese entonces el Viagra aún no había sido inventado].

“¿Habría sido flautista alguna vez Mallory? ¿Cuál es la función inicial de una aspirante a actriz porno, una groupie más? ¿Con cuántos hombres había tenido que coger sus necesidades Mallory?; ella no era Madonna”, receló Adriano en silencio.

Entonces Mallory le pasó el espejo. Sobre su luna relucían seis carreras blancas y brillantes.

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*Continúa mañana

[1] La zona de prostitución.

[2] Full house: “casa llena”, un teatro con todos los asientos ocupados; entradas agotadas.

[3] Groupie (definición de Wikipedia), deriva de grupo en referencia de un grupo musical,​ pero la palabra también es utilizada en un sentido más general, especialmente en el lenguaje coloquial. En este sentido, el término ‘groupie’ define a las chicas que se acuestan con ídolos musicales [o de la industria cinematográfica o teatral] y luego se jactan de esto en reuniones con sus amistades.

[4] Blow job: brindarle sexo oral a un hombre.

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