Unas semanas después, sus conversaciones se tornan cada vez más irritantes y un odio sordo parece traspasar las paredes. Adriano se ha mudado al edificio de Mallory y vive ahora en el mismo piso que ella. Esto parece incrementar la carga emocional de sus humores a un nivel explosivo. En preparación para cohabitar con ella, Adriano ha logrado hallar y alquilar un departamento aún mayor que el de Mallory. Por eso —solo— apenas consigue pagar el caro alquiler. Sin embargo, ella continua ignorando los planes que habían hecho de vivir juntos. Adriano siente que su mudanza a ese edificio de Central Park West ha en cambio potencializado la irritación de Mallory. Se siente como si fuera un vecino indeseable. Ya no quedan dudas: es un invasor. Un intruso.

Una noche, Mallory lo invita a ver una edición especial de Pulp Fiction que acaba de comprar. Incluye varias escenas que no habían sido incluidas en el corte final, por lo tanto nunca han sido exhibidas en público.

Después de una escena en particular de las varias que fueron excluidas del film,  Mallory y Adriano se trenzan en una discusión encarnizada a propósito de la interacción entre dos de los varios personajes protagónicos:

Mía Wallace va a encontrarse por primera vez con Vincent Vega. En esa escena que fue eliminada de la versión comercial, Uma Turman, que tiene el papel de Mía Wallace, baja las escaleras de su mansión hacia el living room, donde John Travolta, quien representa al small gangster Vincent Vega, la aguarda para llevarla a cenar afuera. Mía llega empuñando una cámara portátil y de improviso somete a Vincent a una entrevista. Para Mía existen tan sólo dos tipos de personas: Gente Elvis [envidiable] y Gente Beatles [despreciable]. Le dice a Vincent que le hará algunas preguntas y a partir de sus respuestas determinará si él es un Hombre Elviso un Hombre Beatles.

El humor absurdo de la secuencia reside en el hecho obvio [basta una mirada para percibirlo] de que Vincent es la encarnación magistral de un Hombre Elvis: Ha ido a buscar a Mía no sin antes haberse inyectado una dosis de heroína. Viste el saco de un tuxedo negro con una sobresolapa decorativa forrada en cuero —un detalle kitsch, sobre una camisa blanca formal cuyo cuello está cerrado por un corbatín de abotonadura de plata donde se destaca una prominente  gema de ónix negro. Vincent accesoriza el atuendo con una enorme argolla de plata que cuelga [curiosamente] de la oreja derecha. Sus piernas están enfundadas en un par jeans ajustados negros y calza zapatos de puntas tan agudas como las de las botas texanas. Un corte de cabello muy desprolijo y salvaje que le llega a los hombros, ha sido restringido por el momento en una cola de caballo, de la que escapan algunas mechas super cool. Por último, su barriguita incipiente es el testigo adiposo de sus indulgencias hedonistas. Un Hombre Elvis.

Para enfatizar la caracterización satírica, cuando Mía lo enfoca con la filmadora, Vincent, apenas consigue disimular su estupor frente a la mirada de la lente. De forma intencional, Travolta sobractúa toda la escena, como si fuese un actor desastroso a quien la cámara lo apabullara.

En el desequilibrio de fuerzas entre las historias personales respectivas de Mallory y Adriano, el plato Elvis de la balanza pesa más del lado de Mallory, cree entender ella: promiscuidad sexual, uso de drogas pesadas, comercialización de su cuerpo, como profesional de la moda y también del sexo. Ella sería siempre galardonada o encausada, dependiendo del jurado, como Mujer Elvis. Pero Adriano inmediatamente le recuerda que sus circunstancias actuales —su estilo de vida natural, sus decisiones recientes con respecto a su vestimenta, apariencia y comportamiento; el incienso y su departamento de Central Park —“un altar al Dalai Lama”—, sumado el aspecto hippie de su terapeuta [¡un psicoanalista de comediantes!], la han desplazado al platillo donde se ubican las Masas Beatles. Mallory es una Mujer Beatles.

—Pero, ¿de qué estás hablando, Adriano?, ¡cortala ahora mismo… vos hasta ESCUCHÁS a los Beatles!

—¡Oh… Yeah, yeah, yeah! —responde Adriano no sin sarcasmo— Gran argumento… Entonces dejame decirte algo, para citar a un Hombre Beatles: en su “Apología”, Sócrates declaró que ante un jurado de niños el pastelero de la dulcería de la esquina sería el paladín de la salud; y el médico del pueblo sería ejecutado.

—¿Ahhh sí, Adriano? … ¡Sos tan sabio! ¡Sabés taaaanto de mí!

Adriano hiperboliza su autodescripción:

—¡YO soy un Hombre Elvis! Alcohólico, fumador en serie, ansioso, obsesivo-posesivo, agresivo. Celoso, a veces mersa; glotón: de hecho, el Rey del colesterol. Un suicida… ¿Querés otro cliché más sobre excesos querés? ¡SOY UN HOMBRE ELVIS!, ¿OK? ¡Qué importa la música que prefiera! ¡Si quiero escucho a los Beatles, o a Chet Baker, los Rolling Stones; a Stravinsky, Bach o los Sex Pistols! ¡Lo que se te ocurra! ¡Eso no cambian nada! ¡Y vos, por tu parte: ¡segui nomás con la cítara y el incienso! ¡Soy un Hombre Elvis, y la mayor prueba de eso es que la mujer que tengo es una excéntrica del Soho, reciclada à la posmoderna!

Ninguno de los dos percibe a qué nivel de decibeles se ha elevado el volumen de sus voces, mientras se despedazan por tamaña nimiedad en medio de la noche neoyorkina.

La noche Beatles/Elvis se cierra cuando Adriano, furioso, exclama que entre los dos está todo terminado y se marcha del departamento de Mallory dando un portazo. . .  para dirigirse al suyo, a pocas puertas de distancia.

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*Continúa mañana

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