Messi, enredado, una de las postales de la final. Foto: LA NACION / Sebastián Rodeiro
Messi, enredado, una de las postales de la final. Foto: LA NACION / Sebastián Rodeiro

SANTIAGO, Chile.- Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better. («Siempre lo intentaste. Siempre fallaste. No importa. Inténtalo otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor»).

Es un golpe duro. A menos de un año de haber perdido la final del Mundial, este mismo grupo ha visto otra consagración ajena. Chile reescribió su historia. La Argentina repitió la propia. En un partido de neutralizaciones, el equipo de Sampaoli se pareció mucho más a sí mismo que el de Martino. El plan «grandes potencias», con Silva de tercer central más Valdivia, no modificó su idea. Negoció el sistema, pero buscó lo mismo: presión en campo rival, elaboración con pases cortos y mucha gente para finalizar las jugadas. Recién en el cuarto de hora final y en el suplementario, ya con muy poco resto, salteó líneas para buscar a Vidal de nueve.

Marcelo Díaz, imperial todo el partido, dio un recital de fútbol. Fue líbero, mediocampista, marcador. No erró un pase. Interpreta mejor que nadie a su entrenador. Juega para él también. Isla, Vargas, Silva son otros futbolistas de selección, que mejoran sus actuaciones en la Roja respecto de lo que hacen en sus clubes. La lesión de Di María no fue el único recuerdo de Brasil 2014. Martino tomó una decisión que nos devolvió a Río. El cambio por Lavezzi retocó idea y esquema. Biglia y el recién ingresado por los costados. Pastore retrocediendo al lado de Mascherano en un gran esfuerzo que le terminó pasando factura para la segunda mitad. El 4-4-2 modelo Sabella desde octavos ante Suiza hasta el primer tiempo contra Alemania, cuando hizo entrar a Agüero para darle a Messi dos delanteros en la mezcla. Lavezzi cumplió defensivamente con Isla, pero no se desdobló en ataque como lo habría hecho Di María. Otra sensación de déjà vu. El equipo quedó partido, con mucha distancia entre defensores y medios respecto de los dos atacantes.

El primero en notarlo, con lo que significa en su estado de ánimo, fue Messi. Impresiona cómo cambia la cara y el lenguaje corporal del 10 cuando su equipo se presenta conservador y de contraataque con muy poca gente por delante. Los laterales se proyectaron menos que en los desafíos anteriores. Pastore se fundió en su esfuerzo por no dejar solo a Mascherano. Al revés que en la final del Maracaná, Messi se quedó sin Agüero en el segundo tiempo. En mi opinión, no estaba para salir el Kun con los tres centrales rivales amonestados y resto físico para aguantar hasta el final. Entró Higuaín para aprovechar su potencial ventaja de altura respecto de los zagueros. Lo buscaron muy poco por arriba. La inclusión de Banega compensó al equipo. Se ocupó de distribuir el balón y liberó a Lavezzi de responsabilidades defensivas. Messi volvió a tener dos opciones de pase hacia adelante.

Así llegó la situación para ganar la Copa. Banega, Messi, Lavezzi y el último pase para Higuaín. El 9 volvió a fallar como ante Alemania en Río. Demasiadas señales con referencia a la cidade maravilhosa. Llegaron los penales. El «casi» de Romero ante el remate de Vidal fue otra alerta. Higuaín confirmó la sensación de inseguridad que había cuando caminó al punto del penal. Fallan los que patean. Los que se toman ese riesgo. Respeto a eso. Chile mantuvo la concentración incluso en los cuatro remates de la definición. Alexis definió con un toque de genio. El equipo lo sostuvo siempre y él apareció para desatar la euforia. Nada será igual en Chile después de esta consagración. Todo sigue igual para la Argentina, que ha perdido cinco finales en este siglo: 3 de Copa América, 1 de Confederaciones y la del Mundial, cuyo primer aniversario está al caer.

El equipo no pudo ni supo ejecutar su idea justo en el partido más importante. No plasmó ese compromiso dentro del campo. Y volvió a sufrir. Ojalá se haga la Copa América del Centenario en Estados Unidos el año que viene. Queda demasiado lejos Rusia 2018. Alemania perdió una final del Mundo, una de Europa y dos semifinales entre 2002 y 2014. Renovó su estilo, invirtió en infraestructura para formar jugadores y no cambió su idea luego de las derrotas. Al final, se consagró campeón. Pedir inversión formativa en la Argentina es desconocer la realidad. No sucederá. Pero vale la pena preguntarse si hay material para ser competitivos detrás de esta generación liderada por Messi y Mascherano, brutalmente honesto en la rueda de prensa. «Esto es una tortura», dijo ayer.

Este grupo gestado entre 2005 y 2015, con seis seleccionadores en el proceso (Pekerman, Basile, Maradona, Batista, Sabella y Martino), recibió otro golpe duro. Será injustamente acusado de perdedor, de no sentir la camiseta. Lo mismo le pasó a Zanetti, Verón, Riquelme, Cambiasso, Crespo, Ortega, Ayala y otros. La cuenta no se interrumpió en 22 años. Ahora toca levantarse de nuevo ante otra adversidad. Paciencia y perseverancia. Está en el tatuaje del tenista suizo Stan Wawrinka. El dramaturgo Samuel Beckett lo explica mejor que nadie.

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Por Juan Pablo Varsky | Para canchallena.com

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1 COMENTARIO

  1. Lindas y reales palabras las de Juan Pablo Varsky. Yo le agregaría, que estando Mascherano, lesionado en los últimos minutos, toda las pelotas tenían que partir de él. Por que?????, el resto de la defensa no sabe jugar para adelante???????. Todo para Mascherano, el cual se termina convirtiendo en héroe si se hubiera ganado, y como no fué así decimos y Mascherano no daba mas. Es Cierto fué uno de los pocos que puso todo.-
    Otra que definiría es no convocar mas a Messi. Para que viene, si es jugar con un jugador menos el equipo argentino. En España mete goles con el cul…. y aquí que hace?????.-
    Al equipo argentino le hace falta algo que no se aprende, sino que se nace y es HUMILDAD.-

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