Por Lucas Lischetti

Pocos instrumentos de comunicación tuvieron tantos intentos de desprestigio y anuncios de muerte como la radio, un medio tan importante y quizá más democratizador como lo fue la imprenta en los tiempos de Guttenberg.

Como es bastante conocido ya, la radio nació en Argentina. Se discute si primero fue en Estados Unidos o aquí, pero es la azotea del Teatro Coliseo en la Ciudad de Buenos Aires considerada como el lugar donde se realizó la primera transmisión de radio para entretenimiento (hasta antes de esta fecha, la radio había sido desarrollada, pero para la comunicación de los ejércitos en distintas guerras)

El hito fue llevado adelante por cuatro personas: Enrique Telémaco Susini (25 años, médico) y otros tres estudiantes de medicina, Miguel Mujica (18) César Guerrico y Luis Romero Carranza (ambos de 22). Puede llamar la atención que cuatro hombres que merodeaban hospitales y guardias fueran los fundadores de la radiofonía, pero no era tan extraño. Hasta ese momento, las frecuencias, las antenas, transmisores y receptores estaban circunscriptos a aficionados e inventores.

Desde su creación y hasta mediados de 1950, la radio era un aparato central en algunas casas, como lo puede ser hoy el televisor o la computadora: había un lugar asignado, específico, a donde se reunía la familia para escuchar música y noticias. Es recién poco antes de 1960 que el medio realmente se democratiza.

La fabricación de radio-transistores (la famosa Spica) reemplazó a las radios de válvula, que funcionaban a batería, eran más pesadas, grandes y delicadas. Este nuevo invento revolucionó al medio porque se trataba de un aparato muy pequeño, alimentado a pilas, liviano, fácil de transportar y lo más importante: tenía un bajo costo. Su alcance llegó a millones de personas y su importancia en la historia de la difusión de información es sólo comparable con la llegada de internet o la invención de la imprenta.

Hasta el momento, la función principal de la radio era escuchar música, conocer nuevas bandas, informarse y entretenerse con radioteatros. En este mismo momento, comenzaba a nacer la televisión, lo que obligó a la radio a reinventarse. A la TV no le fue fácil de todos modos ir ganando hegemonía. Los aparatos eran muy caros y en varios puntos de Argentina, principalmente en las ciudades más importantes, se confeccionaron muy cómodos planes de pagos para que las familias no tan pudientes accedieran. En algunos lugares, dejaban el televisor en las casas durante una semana y, si a la familia le gustaba y podía pagarlo, se armaba un plan de pagos. Si no, se devolvía.

Entonces, el medio que había nacido en 1920 siguió teniendo como principal función dar primicias, dado que su dinámica es mucho más rápida que la TV y la difusión de música, pero el auge del radioteatro llegó a su fin, ya que ese nicho fue reemplazado por las novelas televisivas. También fue dura la llegada de la TV porque en un principio, quienes estaban frente a las cámaras eran los mismos locutores que estaban en las emisoras, entonces las radios se iban quedando paulatinamente con menos profesionales.

Nunca dejó de ser un medio sumamente popular y cobró notable relevancia en el ámbito deportivo. Los partidos de fútbol dejaron de vivirse sólo en El Gráfico y pasaron a escucharse por radio y la imagen de una persona en la cancha con la Spica pegada a la oreja –que perdura todavía hasta hoy- fue clásica. Este aspecto de la radio es sumamente interesante, ya que el fútbol por televisión nunca pudo democratizarse realmente en Argentina, excepto por la experiencia de Fútbol Para Todos (2009-2017).

La segunda premonición de muerte para la radio, llegó con internet. Se suponía que, con la llegada de múltiples, casi infinitos, contenidos y experiencias audiovisuales, aquello que para algunxs era sólo sonido, dejaría de escucharse. Y el medio se reinventó: poco a poco, se fue sumando a la nube, las emisoras tuvieron su propio portal y, hasta en algunos casos, crearon su propia página web informativa.

Ahora sí. Con Netflix y las redes sociales, la radio no tiene nada más que hacer. Llegó su muerte definitiva. Pero no. Supo re-re-reinventarse y ofrecer contenidos en streaming y hasta mutar a podcast, una experiencia similar a la radio en vivo, pero que ofrece, en algunos casos, una interesante superlatividad en calidad, por su tiempo de edición.

Y por si fuera poco todavía le faltaba una pandemia! La imposibilidad de acudir a todo lo que la radio es materialmente, el estudio, los micrófonos, la consola, la producción, puede creerse que es una imposibilidad para lograr programas de calidad. Pero otra vez, y como siempre, nos sorprende. Hay muy buenas experiencias de programas que salen casi con normalidad y, en algunos casos, mejor:al estar las transmisiones obligadas a salir virtualmente, se realizan entrevistas que pueden parecer difíciles de tener en otro momento histórico, en la famosa, y ahora tan querida, normalidad.

De todos modos, la radio no sobrevivió cien años por ser un medio de amplio alcance y por relatar deportes que no pueden verse, no. Es un medio que apela siempre que hay una luz de aire encendida a la imaginación, como el radioteatro en los 40, como Dolina con La Venganza Será Terrible desde 1985 hasta hoy. Los productos culturales se han globalizado y en la radio siempre, pero siempre, habrá un buen curador o curadora de música para hacernos sentir mejor. Por la condición de efímero que tiene el aire, siempre nos regalará momentos irrepetibles e impensados en otros soportes: desde una puteada, una declaración que no debía decirse a tensos o relajados cruces entre entrevistador – entrevistado.

La radio cumple cien. Pero su aporte no puede medirse en años. Lo único que esperamos quienes amamos la radio es que siempre del otro lado del parlante haya una voz que no nos haga sentir tan solxs.

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