Diego González Gaspari es un baraderense trotamundos que vivió por varios lugares del planeta hasta que, hace ya varios años, echo raíces en España. Más precisamente en Madrid y, desde ahí, escribió y publicó en su muro de facebook el siguiente texto aportando su mirada sobre la pandemia del coronavirus.

El hilo invisible.
Madrid. Miércoles 18 de marzo 2020.

Vuelvo a la tecla después de años. Varios. Vuelvo por la misma razón que lo hacía antes, por lo mismo que le hecho siempre, escribir digo, por esa extraña mezcla de magia y necesidad que te revienta las entrañas hasta que lo sacas fuera. Hasta que sale.

Estos días raros donde lo cotidiano se ha helado de miedo por casi completo, he sido –y aquí sigo- tele trabajador de guardia de mi empresa, profesor de primaria por partida doble, Cheff, amo de casa, bufón sin gracia en las RRSS, recadero, marido de una trabajadora del rubro expuesto de la alimentación, psicólogo de mi gente, padre, hijo de abuelos de “riesgo” al otro lado del planeta, deportista amateur (hago bici en la terraza). Además de amigo, hermano, periodista… y seguro que alguna otra cosa más. Y me siento tan fuerte como agotado… ironico.

No me siento único. No me siento solo. Más bien lo contrario. Y en esta vorágine de moderado encierro y vida en cámara lenta me vienen todo el rato los fogonazos de imágenes de los médicos, enfermeras y auxiliares, limpiadores, recepcionistas en el frente de batalla. Se mezclan con los sonidos de aplausos en homenaje que entran por los balcones, y con los retratos de las UCIs abarrotadas de gente que se debate entre la vida y el túnel por una gripe tan global como mortal. Y los que se saltan el encierro con excusas adolescentemente idiotas, o defraudan y roban avanzando las circunstancias, se combinan extrañamente con las lágrimas rabiosas de los que cuentan en privado que en los hospitales no les queda más solución que elegir a los más fuertes y garantizar su supervivencia porque la vida no da para todos, como el material sanitario. Porque al final esto es una cuestión de estadística. De números y de varemos. De frio y de alcohol en gel. Y de tiempo.

Y pienso en la gente que se quedó sin laburo ya (día 3), en los que no les van a dar las cuentas ya a fin de mes este mismo marzo, en los quinientosypico fallecidos y subiendo, en sus familias que no pueden ni despedirlos. En que me contagiaré seguramente y como atenderemos a mis hijas desde el confinamiento. En mis compañeros enfermos ya y sus familiares.

Y desde lo profundo de una nebulosa, mezcla de pesadilla y duermevela, me asalta la seguridad de que saldremos de esta. Cuanto más negro es el reflejo de la realidad, más claro veo parir un nuevo mundo, mas solidario, menos cruel, quejoso y estúpido del que está agonizando en las terapias de amor intensivas con nuestros abuelos y desafortunados.
Vamos a salir de esta. Estamos obligados a ser fuertes, la zozobra está prohibida y mantenernos juntos es de estricto cumplimiento. Más unidos que nunca bajo la única bandera de la humanidad como por un hilo gigante. La vida está ahí afuera, detrás de este reto inédito. A días. Lo veo, aunque sea invisible.

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