Recorremos, como todos los días, las calles de nuestra ciudad. Si existe una palabra adecuada para definir nuestro estado de ánimo, ella es tristeza. Amplios locales comerciales sobre calle Anchorena, llenos de mercaderías anheladas por todos, necesitadas por muchos pero a la vana espera de que alguien se las lleve mientras, junto al mostrador, al fondo de los locales, los empleados departen entre sí tal vez sin hablar del tema pero sabiendo, todos, que el fantasma del desempleo está latente. No necesitan ser poseedores de información privilegiada, tampoco haber nacido con una mente brillante; les alcanza con tener un mínimo de sentido común. Comprenden que si no se vende no hay ingresos y que sin ellos tampoco habrá sueldo a final del mes y entonces sus días serán angustiosos.
Los meses pasan y la situación permanece invariable. Las últimas fiestas sirvieron para que la imagen lánguida y alicaída de la gran mayoría de los comercios, se trastocara e hiciera pensar a algunos que, por fin, las cosas empezaban a cambiar. Todo resultó un espejismo, tras las ventas de esos días el consumo se ha derrumbado y no hay atisbos de que se reactive.

¿A quién se le ocurre?

Lo descrito no es nada que pueda llamar la atención. Es la clara e ineludible consecuencia de la aplicación de políticas destinadas al castigo de la población y en beneficio de determinados sectores que, en el caso nuestro, son los financieros y energéticos. Se ha producido y continúa una fenomenal transferencia de recursos de la población hacia los sectores mencionados. El porcentaje de un sueldo que debe ser destinados al pago de los servicios es uno de los más grandes de toda América, solamente superado por Venezuela a la que, claramente, cada día estamos más cerca de parecernos por obra y gracia de quienes, precisamente, tanto alertaron del peligro de «parecernos a Venezuela».
Para no usar tecnicismos que compliquen al lector diremos que lo que se hace, desde hace tres años, es darle sal al sediento y todos conocemos las consecuencias de una medida de ese tipo. Por supuesto que también conocen dicho efecto los que aplican las políticas, el tema es que a éstos no les importa. Se montaron sobre un engaño, una estafa al electorado que podría resumirse en aquella frase de Macri : «Podemos vivir mejor» la que, pasado el tiempo, seguramente estaba dirigida a los de su clase social la que, en efecto, desde que él llegó a la presidencia, viven mucho mejor mientras que lkos que estaban «por caerse» hoy ya se cayeron y muchas veces dentro de un contenedor buscando restos de comida con los cuales alimentarse, como podemos ver a diario en nuestra ciudad.

¿Dónde se irán?
Es muy desagradable que en una comunidad pequeña como la nuestra, los vecinos sepamos quienes están apoyando, les guste o no, la política hambreadora que se aplica desde el gobierno nacional. En otras oportunidades hemos escrito y hoy también, que habrán de ser señalados por el dedo acusador de los muchos vecinos que sufren las consecuencias de esta tragedia que se acrecienta cotidianamente. Nadie podrá acusarlos si actuaron, en principio, se entiende, de buena fe. Pero ya pasados muchos meses y cuando con total claridad se advierte el camino hacia el abismo que transitamos, hacerse el desentendido va a tener consecuencias. En política el acierto consiste en darse cuenta de los hechos antes de que se produzcan, luego de ocurridos no necesitamos de los políticos puesto que ya todos nos dimos cuenta.
Deberán consultarlo con la almohada y tal vez entonces, la renuncia a tiempo sea lo más sensato. Lo contrario implicará haber sido cómplices hasta ahora de semejante descalabro social, moral y cultural de nuestro pueblo.

Gabriel Moretti

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