Al contrario de las historias anteriores, el relato de hoy no es alegre sino triste. Lo bueno es que sirve para reflejar un estado de cosas vivido hace muchos años en Baradero, y que gracias al testimonio del amigo José Marchione, que conoció la historia de primera mano, ha perdurado hasta ahora.
La fábrica que en nuestro pueblo conocemos como “la papelera” comenzó a producir bajo la denominación comercial de “José Berti e hijos”. El italiano Berti llegó a nuestro país tras la caída de Benito Mussolini, del cual era firme partidario, y trajo consigo algunas de las peores costumbres de su estancia en la península itálica: quienes lo padecieron cuentan que Berti se paseaba por su fábrica vestido como fascista, con pantalón pardo y la simbólica camisa negra con las dos insignias políticas del régimen. Además, era extraño verlo sin una pistola enfundada al cinto o la compañía del Julián, un perro que era su más fiel seguidor.
Berti se enojaba con frecuencia. Cuentan que solía acercar su cara a la de los obreros para luego tocarse las insignias y decirles: “con éstas te pago”, y de inmediato agregar: “y con esta te liquido”, al tiempo que se llevaba la mano al cinto.
Una de sus obsesiones era encontrar a sus trabajadores haciendo sebo, como se dice habitualmente. Para eso, pensó una sorpresiva estrategia: aparecer de improviso en los lugares de trabajo a horas inusitadas, es decir de noche ya muy tarde o en las primeras horas de la madrugada. Pese a que ponía empeño en esa tarea, nunca lograba encontrar a nadie fuera de su lugar de trabajo y mucho menos ocioso. Sin aceptar la realidad, comenzó a analizar los motivos de su fracaso. Y así fue que luego de pensar y pensar encontró la causa: el perro Julián. El animal lo precedía siempre en sus caminatas, y por eso, apenas notaban la presencia del perro, los operarios sabían que detrás llegaría el patrón. Berti encontró una solución inmediata: salió a dar un paseo con el Julián por la zona de las barrancas, y cuando llegó a un punto que le pareció adecuado detuvo su marcha, desenfundó la pistola y mató a su perro de un tiro en la cabeza. Luego enfundó el arma y regresó a la planta fabril como si nada hubiera pasado.

Gabriel Moretti

 

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