La Cooperativa Agrícola de Productores Limitada de Baradero fue fundada en el año 1927, tal como lo decía el letrero en el frente del edificio que durante largo tiempo la entidad tuvo en la esquina de las calles Belgrano y Gallo. En el amplio local estaba el almacén de ramos generales, donde se vendía de todo: cosas que ya casi no se ven, pecheras, monturas y estribos, y otras que perduran hasta hoy, comestibles, forrajes, elementos de construcción y ferretería. En el lugar trabajaron muchas personas, algunas ingresaron jóvenes y hasta se jubilaron allí. El edificio, hoy ocupado por un supermercado y una panadería, no ha sufrido demasiadas modificaciones si se tiene en cuenta el tiempo que pasó. En su momento, era frecuentado por una clientela variada entre la que no faltaban los paisanos; muchos llegaban desde sus casas en el campo sobre el clásico rodado que en Baradero encontró una de sus mejores expresiones: el sulky, un carruaje sencillo, liviano, tirado por un caballo que podía trasportar cómodamente a dos personas, y hasta a tres o cuatro si se trataba de niños. En el taller de Viale, al sulky se le introdujo una variante moderna: se reemplazaron los bujes de las ruedas por rodamientos a bolilla; gracias a esto, se lograba un andar más suave y silencioso, y en consecuencia más confortable. Esta novedad hizo que los sulkys fabricados en nuestra tierra fueran llamados «modelo Baradero», vehículos conocidos y apreciados en amplias zonas bonaerenses. Por supuesto que la comodidad mencionada sólo se refería a la postura de los pasajeros, ya que en pleno invierno y con viento de frente no era precisamente la comodidad una cualidad destacable del sulky.
Cierto día, allá por la década del ‘60, sobre uno de estos rodados llegó al local de la Cooperativa un paisano vestido a la clásica usanza; de inmediato se dirigió al sector de zapatería y fue atendido por don Ernesto Ullúa, el recordado defensor central del Club Sportivo y la selección de fútbol local. El paisano le dijo a Ullúa que necesitaba un par de botas, y cuando el vendedor preguntó qué número buscaba, el cliente buscó entre sus ropas y sacó un palito prolijamente cortado y hasta pulido que exhibió ante los ojos de Ullúa mientras decía: “El pie tiene que ser del largo de este palito”; el vendedor miró bien y, habituado como estaba a su trabajo, calculó el número y buscó un par de botas adecuadas, que depositó sobre el mostrador. El comprador tomó una de ellas y le introdujo el mencionado palito. “Estas no –dijo-, tienen que ser más grandes porque el palo debe bailar un poquito”.
Ullúa fue hasta la estantería y retiró un par de botas del número correlativo siguiente; el paisano entonces repitió el proceso, sólo que esta vez dijo: “ahora sí; acá entra el palito como yo quería”. Finalizada la venta, el vendedor guardó las botas en una caja y preguntó: “¿se las envuelvo para regalo?”; el paisano, con cara de satisfacción, dijo: “no hace falta, son para mí”.

Gabriel Moretti

 

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