Por Gabriel Moretti
En pueblos como el nuestro, los llamados “personajes” se destacan del resto por, entre otras cosas, ser conocidos para la mayoría de los vecinos. Así sucede con Rodolfo Luis Álvarez, alias “Toto”. Álvarez hizo el servicio militar en Concepción del Uruguay (E.R.), y ya en esas épocas tocaba el bandoneón, hecho que, según él mismo confesara, lo ayudó a pasarla mejor: varios lugareños, entre ellos comerciantes, solicitaban su arte, y esto le permitía salir del cuartel más que otros soldados.
Los vecinos lo veían a diario por las calles de nuestra ciudad en su bicicleta clásica negra, mientras respondía a cada saludo con su clásico grito “¡viva Perón!”, que salía de su boca de una manera particular, fuerte y breve.
Hasta su retiro Álvarez fue empleado del Banco de la Nación Argentina y una tarde lluviosa en que sonó el teléfono de la sucursal, “Toto”, que estaba cerca del aparato descuelga el auricular y dice: “En una tarde desapacible, se ha comunicado Ud. con la sucursal Baradero del Banco de la Nación Argentina, en su nación, su banco”. Del otro lado se escuchó una voz curiosa preguntando, ¿quién habla? Y “Toto” se identificó así: “Auxiliar Rodolfo Luis Álvarez Saavedra para servirle señor”… esta vez la respuesta fue de antología: “Muy bien, lo felicito auxiliar Álvarez, habla el gerente zonal…”
Pero antes de ser bancario Álvarez fue empleado del correo y como quedó en evidencia “Toto” era extrovertido y siempre estaba dispuesto a gastar alguna broma, pero la que le hizo al padre Berti, encargado de un orfanato que funcionó durante varios años en la estancia “Los Álamos” de la Fundación “Arturo Figueroa Salas”, se cuenta entre las inolvidables.
La sucursal del correo estaba en calle Anchorena al 1100, y la citada fundación tenía allí una casilla de correo, los casilleros de entonces consistían en una especie de armazón de madera con huecos que permitían a los empleados colocar los sobres del lado de las oficinas y al público retirarlos desde de la parte opuesta que daba a la zona de atención. Una mañana, llegó el sacerdote mencionado a retirar la correspondencia de su casilla, que estaba un poco arriba; cuando introdujo la mano en busca de los sobres, desde el otro lado estaba nada menos que “Toto”, quien en un solo movimiento le agarró la mano y le dio un tirón que casi termina con el padre Berti desmayado del susto.

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