En la tradición antigua, el culto a San José se fue desarrollando en las cercanías de su casa, en especial como obra de los descendientes de la familia del “carpintero de Nazaret”. 

La casa de José, recordada como lugar de culto por testigos como Epifanio y el Anónimo de Piacenza, perdería su importancia con los siglos. Sólo en la época posterior a las cruzadas se valorizaría nuevamente, en especial con la llegada de los franciscanos.

En la historia de la espiritualidad franciscana, la figura de San José ha sido siempre sacada a la luz, por el importante rol de padre terrenal de Jesús. Esto ha hallado un espacio especial bajo el generalato de San Bonaventura da Bagnoregio (siglo XIII) y con el movimiento de la Observancia de San Bernardino da Siena (XV).

La Fiesta de San José ha sido establecida en el Calendario Litúrgico el día 19 de marzo. Los primeros en celebrarla fueron los monjes benedictinos en el año 1030, seguidos de los Siervos de María en el 1324 y por los Franciscanos en el 1399. Finalmente se promovió por las intervenciones de los papas Sixto IV y Pío V y considerada obligatoria en el año 1621 por Gregorio VI.

La fiesta de San José en Nazaret es celebrada con toda la Iglesia el 9 de marzo y es el inicio de la solemnidad el día anterior, con la entrada vespertina del padre Guardián cerca de la Iglesia dedicada al Santo. El día 19, después de la Misa, la comunidad va en procesión hacia la casa de la Virgen, a conmemorar el matrimonio con San José. En la conclusión de la celebración se recita una oración de súplica a San José delante de la santa Casa de la Virgen, en el que se le aclama como Guardián del Redentor, Esposo de la Virgen y Patrón Universal de la Iglesia.

La Festividad es celebrada solemnemente por toda la Iglesia Latina de Tierra Santa, y abre el ciclo litúrgico que tiene como protagonista al Santuario de Nazaret, y que concluye el 25 de marzo con la solemnidad de la Anunciación.

NAM/Agencia/Loremar Gamboa

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