Llovía fuerte y estaba fresco pero, en el barrio en el que ellos vivían, el agua no había entrado a las casas. Cuando el teléfono sonó, ni Javier ni Ana Gisel habían tomado dimensión de lo que estaba pasando en La Plata. Fue la voz desesperada de la mamá de Javier, que vivía a unas 30 cuadras, la que les hizo dar cuenta: «Se me está llenando la casa de agua», dijo.

Javier Díaz, «El potro» para su gente, era futbolista profesional y acababa de cumplir 31 años. Tenía el auto roto -había recalentado el fin de semana anterior, mientras volvía de un partido en Pehuajó-, por eso decidió ir caminando hasta la casa de sus padres.

«Antes de salir me dijo: ‘prepará algo calentito, un guiso, que ya vengo’«, cuenta Ana Gisel a Infobae.

Javier era futbolista profesional

Javier era futbolista profesional

Ella se quedó en casa con los dos hijos de la pareja: Santino, que tenía 7 años, y Benjamín, que tenía 1. «Volvió dos horas después con su mamá y la perra. Estaba congelado y me dijo: ‘gorda, no sabés lo que es la calle‘. Mi suegra estaba con un ataque porque el agua le había tapado la heladera y me acuerdo que le dije: ‘quedate tranquila, no importa el agua, que se lleve todo, lo importante es que estamos todos bien‘».

Recién ahí Javier le dijo que su papá había quedado en la casa solo y que iba a tener que volver a salir para buscarlo. Hacía 15 años que Ana Gisel y Javier estaban juntos -se habían puesto de novios cuando él tenía 16 y ella 21- y lo único que ella atinó a hacer fue pedirle que se sacara la remera empapada y alcanzarle una seca. Para que no se le mojara, Javier dejó su celular sobre la mesa.

Javier junto a Santi, el mayor de sus hijos. Tenía 7 años cuando su papá murió.

Javier junto a Santi, el mayor de sus hijos. Tenía 7 años cuando su papá murió.

«Y ahí empezó la odisea», recuerda ahora ella, seis años después del drama que partió al medio su vida y la de sus hijos. Pasó una hora, sacó el guiso del fuego, pasaron dos, tres, cuatro: se hizo la madrugada, los chicos ya dormían y Javier seguía sin volver. Ana Gisel llamó a un amigo y le rogó que la acompañara a buscarlo.

«Recién ahí tomé dimensión. Cuando llegué a la rambla del cementerio, cruzando la circunvalación, era Kosovo. Parecía que se venía el mundo abajo, había gente muerta de miedo encerrada en los autos». Un dato de la biografía de su pareja aumentaba la desesperación. Javier no sólo no sabía nadar: le tenía pánico al agua.

Lograron llegar al Hospital San Juan de Dios, con la esperanza de que un golpe lo hubiera dejado inconsciente, y nada: volvieron a la mañana siguiente en medio de la catástrofe, con las manos vacías.

Ana Gisel pidió una bicicleta y fue hasta la casa de los padres, en las calles 31 y 59, a ver si Javier se había quedado a pasar la noche ahí: tampoco. «Y cuando estaba buscando que un vecino con auto me llevara a recorrer hospitales, una policía me dijo: ‘vení, subí al patrullero. Encontraron a alguien'».

Javier se había ahogado y su cuerpo estaba tendido sobre la rambla.Nunca supieron si había logrado llegar a la casa de sus padres porque su papá terminó refugiándose en una estación de servicio. «No sé si se cayó al agua y no hizo pie, si se golpeó con otro, si estaba solo o con alguien. Siempre voy a tener dudas. ¿Nadie lo vio? ¿Nadie pudo ayudarlo? ¿Nadie pudo tirarle una mano?».

Javier Díaz, así, entró a la lista de las 89 personas que murieron en la inundación de La Plata de abril de 2013. Hace dos semanas hubiera cumplido 36 años.

Los hijos huérfanos de una catástrofe evitable

Ese miércoles 2 de abril la noticia corrió y la casa familiar se llenó de gente. Javier había jugado en las inferiores de Estudiantes de La Plata, en Gimnasia y Tiro de Salta, en el club Centenario de Neuquén y en las ligas de Pehuajó. Los que no fueron, llamaron.

Durante el homenaje que le hicieron, tras su muerte. En la foto, están los dos hijos que tenía al momento de su muerte.

Durante el homenaje que le hicieron, tras su muerte. En la foto, están los dos hijos que tenía al momento de su muerte.

Pasaron horas de conmoción hasta que Ana Gisel pudo ir a buscar a sus hijos para intentar ponerle palabras a lo que había pasado. No había mucho que decirle a Benjamín, que tenía 1 año y dos meses y seguía tomando teta. Pero Santino tenía 7.

El entierro de Javier fue el jueves. El viernes Ana Gisel fue a ver a su ginecóloga porque hacía tiempo que tenía pérdidas a las que no le había dado mayor importancia. «Mientras me hacía una ecografía, la médica miraba a la pared, no sabía cómo decírmelo». Hasta que tomó aire y le dio la noticia: «Estás embarazada de tres meses y monedas».

Javi, el más chiquito, nació cinco meses después de la muerte de su papá

Javi, el más chiquito, nació cinco meses después de la muerte de su papá

«Fue terrible -recuerda-. Yo tenía en la cabeza a mis dos hijos y la imagen del cajón de mi marido metiéndolo dentro de la tumba». Fue un embarazo muy duro por todas las razones posibles. Mientras la panza crecía, Santino, el nene de 7 años, lloraba y gritaba que extrañaba a su papá.

«Javi» nació en septiembre de 2013, cinco meses después de la muerte de su papá. Lleva su mismo nombre aunque tuvo que esperar 3 años para tener su apellido. A Ana Gisel le decían que, como ella y Javier no se habían casado, Javi era hijo de madre soltera. Necesitaron una orden de un juez, que se dilató una y otra vez, para hacerle un ADN.

Mamá junto a Javi: lleva el nombre de su papá pero tuvo que esperar 3 años para tener su apellido

Mamá junto a Javi: lleva el nombre de su papá pero tuvo que esperar 3 años para tener su apellido

«En la situación en la que estábamos tuve que pagar 15.000 pesos en sellos y trámites para que pudiera tener el apellido de su papá». Javi dejó de ser Cabello y pasó a ser Díaz, como su papá, cuando ya había empezado el jardín.

La vida después de ese 2 de abril

Hay un sentimiento que atraviesa la vida de Ana Gisel. Sigue enojada -la enfurece la vida que le tocó a sus hijos-, y está agotada.

«Mucha gente cree que esto terminó ese 3 de abril, con el entierro de mi marido. Y la verdad es que no. Yo ahora soy el único sostén de familia de tres chicos. Yo no me puedo enfermar, tampoco pude parar a llorar».

Ana Gisel trabaja en el club Universitario de La Plata -que está en una pésima situación financiera- y cría sola a Santino, que ya tiene 13 años, a Benjamín, de 7 y Javi, el que estaba en la panza, de 5 años.

Los tres hermanos Díaz

Los tres hermanos Díaz

Tiene trabajo pero la fragilidad de la situación del club la desespera. La pensión que cobra por la muerte de su pareja es de 4.000 pesos. «No necesito que me regalen nada, sólo necesito saber que si me quedo sin trabajo mis hijos no van a tener que salir a juntar cartones».

Hay una madrina y algunas vecinas que a veces la ayudan, nadie más. Porque con el tiempo, a la tragedia se sumó más tragedia. Ana Gisel -que era hija única y había perdido a su mamá 10 años antes de la inundación- perdió a su papá un año después de la muerte de su marido. Unos meses después, en 2015, murió su suegra, la señora a la que Javier sí había podido rescatar.

La enfurece la ausencia con la que crecen sus hijos: «Los tres juegan al fútbol pero no tienen a su papá en la cancha. No lo tienen en sus cumpleaños y a veces los escucho inventar historias para llenar esos vacíos. Lo escucho a Javi decir: ‘mi papá me enseñó a andar en bicicleta’, y me duele porque no es verdad, él no lo conoció. El mayor dolor de mi vida es verlos crecer sin su papá».

Santino, cuando jugaba al fútbol con su papá

Santino, cuando jugaba al fútbol con su papá

El apoyo psicológico que el gobierno pagó para ella y el más grande de sus hijos, se acabó. Ana Gisel nunca tuvo tiempo ni dinero para pagar un terapia privada.

«El más chico pregunta por qué no está en las fotos con su papá y sus hermanos sí. No entienden cómo su papá se murió, ¿no es que la gente se muere de vieja? En cada actividad del colegio, cada Día del Padre, tengo que ir, revolver el dolor, contar lo que pasó. Tengo que hacer de mamá y de papá, hacer un rally para llevarlos y traerlos, y capaz el día que la dentista me dice ‘ay mamá, tienen caries los chicos, y no son de ahora, ¿cómo nos descuidamos así?’, ese día exploto. Ese día me acuerdo del 2 de abril, de los políticos, de lo que se podría haber evitado y la puta madre que los re parió. Perdón».

Mamá y Javi

Mamá y Javi

La beca que le dieron al más grande, que en el momento de la inundación iba a un colegio privado, también se acabó cuando pasó a la secundaria. Ana Gisel no quiso cambiarlo de colegio para no alterar más su vida, aunque ahora debe pagar 4.200 de cuota. Es él, el mayor, quien tuvo que aprender a moverse solo a los 12, 13 años, mientras su mamá corre con los más chicos.

«Estoy enojada. Me parece muy injusto para todos», dice. Después se despide. Javi, el más chiquito, llora de fondo. Suspira Ana Gisel del otro lado del teléfono. Son días difíciles para ella: hoy se cumplen 6 años de la última vez que vio a su marido con vida.

infobae.com

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