“No sé si me siento una diva. Sólo sé que me gustaría que me recuerden como una mujer entusiasta, trabajadora y apasionada, porque tengo pasión por todo lo que hago. Creo que en la vida hay que ser apasionado. Todo lo que uno hace tiene que hacerlo con el corazón. Si no, la vida te devora. Siempre me pregunto qué va a ser de mí el día que me retire. Y no lo sé”.

Esta reflexión que alguna vez hizo Mirtha Legrand en una entrevista, demuestra fielmente su personalidad. La de una estrella con los pies sobre la tierra, la de una trabajadora sin tiempo ni edad.

Este sábado la diva número uno de la Argentina cumple ni más ni menos que 92 años. Y puede decirlo orgullosa, sabiendo que con aciertos y errores a lo largo de su vida ha logrado convertirse en una referente indiscutida de nuestro país.

De hecho, los diarios de todo el mundo se hicieron eco del récord conseguido por la Chiqui, quien en 2018 conmemoró 50 años al frente de sus clásicos almuerzos. Sí, medio siglo conduciendo el mismo programa de televisión. Algo que, por si cabe alguna duda, no se vio en ningún otro lugar del planeta.

En cada final de temporada la Legrand anunciaba su posible retiro de la televisión. Sin embargo siempre volvió. Y hasta llegó a reírse de aquellos falsos vaticinios. Su público sabe que el trabajo es su vida. Y además, pese a los vaivenes de la televisión, su ciclo siempre ha tenido niveles de audiencia acordes a las expectativas de sus productores.

¿Críticas? ¡Le llovieron! Pero Mirtha tuvo la grandeza de pedir disculpas cuando se equivocó con algún comentario desafortunado. Y logró ir aggiornando su pensamiento a los tiempos que corren, algo que pocas personas de su generación han podido hacer.

Por otra parte, siempre se destacó el interés de la Chiqui por ponerse a tono con las nuevas tecnologías. Y no solo confiesa que pasa muchas horas frente a la computadora, investigando sobre la vida y la obra de cada uno de sus invitados, sino que también mantiene largas charlas por Whatsapp con amigas, entre ellas Susana Giménez, otra número uno de nuestro país.

También es admirable la buena predisposición de Mirtha a la hora de tener que producirse para ir a una entrega de premios, asistir a una gala a beneficio o ir a ver una obra de teatro. Es que ella comprende que todo esto también forma parte de su trabajo. Y siempre lo hace con una sonrisa, atendiendo a la prensa como solo los grandes suelen hacerlo.

¿Si se arrepintió de algo en su vida? Ella dice que se lamenta de no haberle dedicado el tiempo suficiente a sus hijos, Marcela y el fallecido Danielito Tinayre, por estar siempre abocada a su trabajo. Sin embargo, desde el día en que llegó al set de filmación de Los martes, orquídeas, quedó claro que el destino tenía preparado el estrellato para Mirtha.

“Fui a los estudios en colectivo, ¡y volví a mi casa en limousine!”, recuerda la Legrand sobre lo que fue su primer protagónico junto a Juan Carlos Torry, cuando tenía apenas 14 años. Para entonces, su hermana gemela, Silvia, ya había desistido de su carrera actoral. Pero Mirtha, que hasta ese momento había usado el pseudónimo de Rosita Luque, se enamoró de las cámaras. Y a decir verdad, las cámaras también se habían enamorado de ella.

Claro que, si de amor se trata, hay que hablar del gran cineasta francés Daniel Tinayre. La Chiqui cayó rendida ante sus encantos apenas lo vio, mientras rodaba la película Cinco besos. Enseguida supo que se trataba del hombre de su vida. “Era muy buen mozo, muy elegante”, recordó Mirtha. Y también puntualizó una advertencia que le hicieron: “¡Tiene un carácter!”. Pero cuando se lo dijeron, era tarde para racionalizar la historia: Cupido ya la había flechado.

El primer beso fue en mi casa, en Malabia y Arenales, en Palermo, frente al Botánico. Lo conocí un 24 de diciembre, me comprometí, porque en aquella época uno se comprometía, el 23 de febrero, el día de nuestro cumpleaños, de las mellizas. Y me casé un 18 de mayo, todo rápido. Eso es el amor. Yo me enamoré“, confesó la diva, quien dio el sí junto a Tinayre en 1945. Y juntos, lograron convertir a la Legrand en la figura más importante de la Argentina.

¿Los almuerzos? Nacieron allá por el 68, gracias a una idea descabellada de Alejandro Romay. “¿Comer en cámara? ¡Qué horror!”, le respondió Mirtha al escuchar la propuesta. Pero su marido la convenció de que lo intentara. Y lo que le siguió, incluyendo sus incontables premios y reconocimientos, ya es historia conocida.

Hubo dos momentos, sin embargo, en los que muchos pensaron en la posibilidad de que Mirtha bajara los brazos. El primero fue en octubre de 1994, cuando su marido murió a raíz de una hepatitis B. Y el segundo fue en agosto de 1999, cuando después de una ardua lucha contra el cáncer de páncreas, partió su hijo. De Danielito, la diva había estado distanciada durante un tiempo, pero madre e hijo se habían reencontrado después de la muerte de Tinayre. De su esposo, en tanto, no se había separado nunca desde el día en que lo conoció.

Nacida en Villa Cañás, provincia de Santa Fé, bajo el nombre de Rosa María Martínez Suárez, Mirtha siempre tuvo una vida atípica. Tras la muerte de su padre, llegó a Buenos Aires junto con su madre y sus dos hermanos, José y Silvia, en busca de mejores oportunidades. Tenía apenas nueve años. Y no se detuvo hasta convertirse en la gran diva argentina.

“Nunca me puse un jean, ni siquiera para ver cómo me quedaba. Tampoco usé zapatillas: no sé caminar con ellas, siento que me voy para atrás y que me caigo. Para sentirme segura tengo que tener mis tacos. Y jamás me puse un jogging, porque considero que no es una prenda para mi figura. ¡Ah! Tampoco fui a un shopping. Y no sé cocinar ni huevo frito”, contó Mirtha alguna vez, confirmando que su vida nunca nada de común. Ni de corriente.

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