No los andenes cerrados a la luz de las grandes capitales sino esa especie de corto y estrecho túnel a cielo abierto flanqueando las vías plataformas de cemento techadas de cinc listones de madera ventanas de vidrio que apuntan de norte a sur como salas de espera abiertas a los rieles —El andén— del lado del pueblo como un zaguán en un abre-cierra de puertas burocráticas desde el estacionamiento al hall de las ventanillas a la sala de la boletería a la oficina del Jefe de estación al despacho de encomiendas que llegan y parten hacia destinos finales en el vagón de cargas de ese tren de pasajeros objetivo de la espera ese tiempo anticipado en los bancos de madera del corto refugio doble de aquella vieja estación —al norte el quiosco de las golosinas tabaco la nación la razón el clarín las noticias cotidianas de la prensa la crónica así ad infinitum —al sur los baños ingleses de ladrillo visto y altos respiraderos a cielo abierto Damas y Caballeros —El andén— todos sentados en sus lugares —ladeados por la mélange disforme de la gente que está sola y espera— hombres de traje corbata sombrero cigarrillo zapatos bien lustrados con pomada washington maletas de cartón prensado con dos cierres que estallan  por  la presión de los pulgares ¡clack! —o portafolios de cuero en las faldas —o valijas de la misma textura animal comerciantes viajantes empleados y los paisanos  criollos gauchos campesinos tenaces aferrados a envoltorios de papel de estraza o de diario atado con concienzudo hilo sisal grupos de mujeres y niños hijas hijos nietos nietas sobrinos sobrinas madres hermanas abuelas tías de manos dadas a la fuerza vigilan de la infancia inquieta los días para alejarla de la muerte imaginaria que simbolizan las vías —El andén— algunos alumnos destino final San Pedro — agitados y parloteadores adolescentes recién duchados y bien peinados rumbo al colegio la secundaria la escuela normal —otros tal vez unos veinte años de coche en coche en peligro viajan en los escalones con libros abiertos carpetas cuadernos huyen del Guarda escondidos en los retretes o afuera del fuelle entre dos vagones la vida en un hilo rumbo al lejano sur a la grasa de las capitales en esa vida dura y corta de todo estudiante cuando estudiante  o al también lejano norte Rosario Central (o Norte) van a la universidad a la facu medicina derecho arquitectura ingeniería veterinaria letras ciencias políticas agronomía y al fin de la loma un diploma —El andén— bien al borde los primeros temblores la vibración primera sobre los listones de acero del bólido indómito ruge y corre el dragón de hierro que escupe vapor y fuego al cielo y al suelo allá al fin y por fin —El andén— esa breve multitud de ojos fijos en los puntos cardinales en pos del carbón vaporoso ese indicio furioso del cúmulus ninbus glorioso que bufa el dueño de la velocidad y más adelante en el tiempo y la distancia ya en el viaje— el engañoso infinito de la curvatura celeste que miente un horizonte inalcanzable que retrocede y retrocede y retrocede y retrocede siempre retrocede ante el avance del metálico equino troyano  que transporta toda una humanidad local y foránea que se desplaza mientras imagina una futura aventura sublime y extraña que siempre está más allá

New York, 18 de enero de 2019

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«Cuya belleza tan particular radica en el contraste que crea eso tan pesado pero en situación aérea, suspendido sobre las vías, abierto a todos los vientos, bordeado por un enmarañado translúcido de alambrados, postes, tranqueras, árboles de aromas refinados en los prados aún vacíos».

                                                                                                                 Marcel Proust

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