Vivo en una casa rara.

Después de que vuelvo de la Número Uno y después de tomar la leche, ya como a las seis de la tarde porque salgo a la cinco, estamos en la pieza rara jugando a los conboy –el Polito Capitanelli, el Jorgito y la Noemí Mizrahi de la tienda La Flor del Día, mi hermana Pupi y yo; también están ahí el Pepi Cataldo de la funeraria y el Marciano Rodríguez y su hermanita Olguita Rodríguez del molino Iberia. A veces jugamos a los piratas, porque yo tengo un disfraz que me compraron para Carnaval. Yo me disfracé de pirata y mi hermana Pupi de bailarina. Pero todos prefieren jugar a los conboy porque todos vemos las series y películas de conboys en el cine y por televisión, por supuesto, y después de todo son nuestras favoritas. Entonces ese es también nuestro juego favorito.

Estamos en la pieza rara que queda entre el living comedor y la cocina. Es una pieza rara porque está metida entre medio de la casa pero no es de la casa: en casa, la única manera de llegar a la cocina es pasando por esa pieza rara. Y nuestra casa es una casa rarísima. Yo creo que es la más rara de la cuadra. Para empezar, no tiene entrada. A mi casa hay que meterse pasando por adentro de la joyería y solamente atrás entonces es que de verdad empieza la casa. La casa está toda atrás —y arriba también— de la joyería.

La joyería tiene dos puertas que sirven para entrar a la joyería. Uno entra a la joyería, pero si uno es de casa, desde la joyería entonces uno también puede entrar a casa. Por ejemplo, uno entra a la joyería por la puerta del lado de la casa de los padres de Noemí, Jorge y Luisito Mizrahi —que son los hijos de Victoria y Jaime Mizrahi, dueños de la tienda La Flor del Día que está bien en la esquina antes de cruzar la calle para ir a jugar a la plaza. Hay que mirar bien bien bien antes de cruzar porque esa esquina es peligrosísima. Los autos vienen cagando aceite, como dice el Coqui Coria, mi amiguito hijo de Juancito Coria y de su jermu Lili Códega, quienes viven en una casa de arriba en la esquina de las calles Aráoz y Rodríguez. Este último Rodríguez no tiene nada que ver con el Marciano y Olguita Rodríguez, ¿eh? Eso para que no te confundas.

O entonces uno entra a la joyería por la puerta del otro lado, la de la casa de los padres de Polito Capitanelli, que es el nene de la Eve Rossier y el Tito Capitanelli. ¡Bueh!, te explico en detalle: si uno ha entrado por esa puerta del lado de lo de Polito Capitanelli, una vez que uno ya está dentro de la joyería hay que meterle derecho hasta llegar a la mesa de trabajo de papá. Atrás del banco donde se sienta papá con una lupa en el ojo a arreglar los relojes de los clientes, hay una puerta que da al patio donde mamá tiene las macetas con los malvones, los helechos, los cactuses y otras plantas que no sé como se llaman. Esa sería una manera de entrar a mi casa; entrás “por el patio”, ¿te das cuenta?

Una vez en el patio estás yeno de opciones. Vos podés doblar a la izquierda después de la galería del patio —en realidad la galería está primero, ni bien entraste por la puerta de atrás de la mesa de trabajo. Si doblaste a la izquierda es porque tenés ganas de hacer pichí o caca, porque ahí es donde está el baño del patio. O si no tenés ganas de ninguna de las dos cosas podés seguir caminando y —todavía a la izquierda pero más adelante— empieza la escalera angosta con baranda de hierro por la que podés subir a las tres terrazas y también a la pieza rara de la terraza. Es a arriba donde queda la segunda pieza rara de la casa. O entonces si no querés subir arriba (aunque mamá diga que así no se dice) podés doblar a la derecha al final del patio y abrir la puerta que da al living comedor. La cagada es que en el comedor no se puede jugar a nada porque hay cosas que se rompen o son caras. Entonces hay que seguir derecho derecho y ahí al final entonces por fin está la puerta que entra a la cocina. A esa puerta la hicieron grandota y ancha para que pasasen por ahí el lavarropas y la heladera que están en la cocina. La cocina es enorrrrmeeee. Hay un montonazo de Coca-Colas chicas bien heladas en la heladera, siempre. Nos tomamos unas pero no le decimos nada ni a mamá ni a papá, ¿OK? No seas boludo.

Entendiste, ¿no? Desde el patio, si seguís derecho entras a la cocina, pero si doblas a la derecha, entrás al living comedor. Y te expliqué que entre el living comedor y la cocina está la pieza rara donde jugamos a los conboy. Jugamos ahí porque en el living comedor está re-prohibido.

Vení, retrocedé conmigo otra vez hasta la vereda. La otra opción es entrar a la joyería por la puerta del lado de lo del Jorgito, el Luisito y la Mimí Mizrahi. Si entrás por esa puerta, seguís derecho por ese lado de la joyería y abrís la puerta que da a la biblioteca todo funciona casi como cuando entrás a una casa normal, como si entrases por la puerta principal de una casa elegante sin ninguna joyería adelante. La puerta del otro lado —que ya te dije y que se abre atrás de la mesa de trabajo de papá— haría entonces las veces de ‘la puerta de los fondos’ de una casa normal. Ahora agarraste bien la diferencia, ¿No? Así es todo lo de esta casa. Entonces, si entraste a la joyería por la puerta del lado de la tienda La Flor del Día de los Mizrahi y encarás directo, entrás a la casa “por el frente”, como acabo de cantártela.

Entrás y estás en la biblioteca, donde está el conjunto de sillones art-déco de cuero marrón de mamá y papá —a los que no se puede subirse y mucho menos saltar con los zapatos puestos, porque papá o mamá te cagan a pedos. Ahí está el piano Ronisch alemán en el que Pupi toca el Vals Triste de Jean Sibelius o el Para Elisa de Beethoven que aprendió en las clases del Conservatorio Santa Cecilia de la señora de Daubián, quien a mí en cambio me enseño el catecismo y me explicó muy bien cómo es el infierno, tan bien que ahora a veces tengo ataques de terror y no puedo dormir un montón de tiempo y mamá tiene que venir a sentarse en mi cama todas las noches para siempre hasta que yo me duerma.

Pero no podés quedarte en la biblioteca ni por puta. Por ahí, no se puede jugar a nada: se pasa nomás. Ahí no se puede jugar porque los gritos se escuchan desde la joyería y los clientes se pueden ir sin comprar. No, de ahí seguís directo, ignorando al pasar la escalera de mármol verde a tu derecha con dos descansos y dos curvas en cada una de las tres partes. Esa es la escalera principal. Sirve para subir y también para bajar. Para subir demora un poco. Bajar se baja más rápido. La escalera esa sube al jol de invierno y el jol conecta con las piezas donde dormimos todos. Mis papis, la Pupi y yo. De la pieza de la Pupi se puede salir a la primera terraza, y de la mía se puede salir al balcón. La de la Pupi es más grande y más linda pero desde el balcón se ve toda la calle Santa María de Oro y los grandes parados en el umbral del Hotel de las Naciones. Desde ahí miro también a la yegua de Bohle atada a un árbol mientras Bolhe va repartiendo la leche de puerta en puerta. La yegua cocea con los vasos sobre el asfalto, o a veces mea con unos chorros fuertísimos y el olor a meada se siente hasta desde el balcón. Es una yegua blanca muy nerviosa. Una vez un auto retrocedió sin mirar. La yegua blanca, animal que es, se asustó y arrancó las riendas del árbol y salió a los pedos arrastrando el carro lechero y quebró una de las varas del carro contra un camión. Pero Bohle re-macho la corrió por el medio de la calle, largando los dos tachos de leche que se volcó toda en la vereda hasta que consiguió pasar a la yegua y la agarró de lo que quedaba de las riendas y consiguió pararla cuando ya estaba llegando a la esquina de la fonda de Liaudat, que si llegaba es la esquina de Aráoz y seguro que se tragaba a algún sulky o camión o auto que estuviera justo cruzando por Aráoz. Bolhe conoce a la yegua así que la yegua paró y no hizo más nada porque ella también lo conoce a él. Si era yo, seguro que la yegua me pasaba por arriba porque quién soy yo, esta yegua no tiene ni idea. Ninguna yegua.

Ahí arriba en el primer piso de mi casa también está el otro baño mejor y la puerta que da a la primera terraza, pasando por la pieza de Pupi, como acabo de decirte. Es el baño mejor porque en ese baño hay bañadera y ducha con calefón a alcohol; en el de abajo la ducha es helada. Un caño, la flor y listo. Ahí sólo te podés bañar en verano. Si te querés bañar en invierno es mejor que te lleves la pava gigantesca de esmalte color bordó que hay siempre sobre la hornalla de la cocina. Cuando tengo gripe con esa pava llevan el agua caliente a la palangana para hacerme los baños de pies con mostaza comprada en la Farmacia Italiana de Carlitos Degese. El Baby Degese tiene al lado la Óptica Lúxor, pero mamá se los compró en Buenos Aires. A los anteojos de aumento, digo.

Yo no tengo mesa de luz, así que mi lámpara va agarrada a la cabecera de madera de la cama con una cosa como una especie de broche. Mis libros y revistas se apilan arriba de una mesita octogonal que está atrás de los pies de la cama, en el rincón izquierdo de la doble puerta que da al balcón. Las puertas tienen unos vidrios enormes por donde entra mucha luz. Pero nimporta porque hay postigos de metal que oscurecen bien bien bien, hasta a la hora de la siesta y en verano, cuando no se oye ni pío porque el pueblo entero está durmiendo la siesta. A mí también me obligan a dormir la siesta, pero yo no duermo nunca y mientras pasa la hora de la siesta leo revistas mexicanas como El conejo de la suerte o Superman. Como estoy despierto oigo roncar a papá. Ronca fuertísimo pero a veces para de respirar un montón y yo estoy seguro seguro de que ya se murió. Hasta que por ahí empieza a roncar de nuevo y entonces yo sigo leyendo. A veces ni me acuerdo por dónde iba y tengo que volver al primer cuadrito de la página hasta llegar adonde todavía no leí. Un recontraembole.

 Pupi tiene un montón de muñecas, muchas sentadas arriba del ropero estilo Provenzal. Bien en el medio, Linda Miranda: La muñeca que camina. Es la mejor pero con esa no juega nunca. A las otras las usa de alumnas y les da clases. Yo no tengo muñecas porque soy varón. No tengo ninguna muñeca. Soldaditos de plomo y revólveres sí tengo un montón. Y un camión de bomberos de lata roja. Tiene sirena a manija, pero si la toco a la hora de la siesta se arma la cagada.

A los soldaditos los compramos con papá en lo de Willi, el bazar del papá de Juancito Willi o entonces se los afano a mi primo Tato Veiga cuando vamos a San Pedro los domingos. O entonces los afanamos el Neneto Saía y yo de la fábrica de soldaditos que queda ayá lejísimos en la Calle Bulnes al lado de la bajada de piedra. Uno se asoma medio escondido para ver si hay alguien en el salón de adelante de todo de la fábrica, porque casi nunca hay nadie. Si no hay nadie y están todos atrás en la fundición, con Neneto entramos rápido rápido y a pesar de que tenemos un miedo terrible igualmente nos afanamos de los cajones un puñado de soldaditos cada uno. La joda es que están todavía sin pintar, y muchas veces es un cajón de soldaditos defectuosos a los que les falta un brazo, una pierna, o entonces la base y no se pueden parar. Si están enteros, los pintamos en la casa del Neneto Saía porque los padres —el Tano Saía y su mujer— tienen un bazar donde venden pintura de colores que sirve para eso. Neneto está rayado: pinta los uniformes de sus soldaditos de rojo y amarillo. Así deben ser en Italia, pienso yo. Los míos son como corresponde: marrón y verde. Pintarles la cara de rosa es dificilísimo, y hacerle la boca y los ojos ni te cuento. Me quedan siempre para la mierda. En esa parte siempre la cago porque tiemblo. No tengo pulso para eso.

Mis juguetes no están en mi pieza: están abajo. Arriba de mi ropero no hay nada porque es muy alto. Mis juguetes andan desparramados por ahí. Pupi es muy ordenada. Yo soy un quilombo.

Pero no subas las escaleras: cuando entres a la casa por la puerta que de la joyería da a la biblioteca seguí derecho y abrí otra puerta del otro lado de la biblioteca. Ésta tiene un gran ventanal de vidrio cubierto por un visillo de tul transparente que mamá hizo en su máquina de coser Singer. Por esta puerta entrás al living comedor del que ya te hablé. Ah, me olvidaba. En la pared principal de la biblioteca, a tu izquierda cuando entrás, cuelga una de las cosas más extrañas de mi casa: Un retrato al óleo de mi mamá sentada en un sillón con rosas blancas en la mano que pintó en Rosario mi tío Rogelio Pezzini. Vive ahí y ahí tiene su atelier. El retrato de mi mamá te mira fijo a los ojos desde cualquier parte de la biblioteca que lo veas, y si caminás de un lado para otro, los ojos te van siguiendo con la mirada enigmática que tienen. La sonrisa de mamá es tan intrigante como la de la Mona Lisa. Te lo juro. Es muy raro, medio mágico o brujería. En el retrato mi mami es todavía más grande que mi mamá de verdad. A veces de noche cuando entro solo me da miedo porque es TAN REAL que me da terror de que esa otra mamá de mentira que me mira se vuelva de verdad y se baje del cuadro y me agarre. Por ahí esa es la versión mala de mi mamá y me hace algo. De noche si tengo que pasar por ahí o no miro o paso en lo oscuro. Prefiero así.

Vivo en una casa rara; ya te lo advertí, ¿no? Y ni te cuento que una vez oí decir que mi tío Rogelio Pezzini, el artista que pintó el retrato de mi mamá, “es raro”. Eso aumenta todavía más mis sospechas.

Pero ya entramos por la puerta con el visillo de tul de la biblioteca al living comedor. Ahí ni lo pienses porque ya te lo dije: tampoco se puede jugar a nada, ¿te lo dije o no?, ¿viste? No se puede ni por puta porque está el bargueño con las copas de cristal y las botellas de cosas que los chicos no tomamos, y el aparador de los platos finos de porcelana, los manteles de hilo y encaje de Bruselas y la vajilla y los cuchillos ingleses de plata y acero inoxidable Sheffield de mango color marfil de mamá y otras cosas para cuando hay visitas. Están los sillones de gobelino bérgere y la mesa de nogal lustrado y las sillas de la misma madera con asiento y respaldo de cuero y el centro de mesa y además el hogar de ladrillo que jamás encendieron porque nunca hay leña ni por puta, y la televisión. Las baldosas están re-lustradas y hay una gran alfombra verde estampada bien en el medio. Ni por un decreto podemos jugar en ese lugar. Ni en pedo. Olvidate. 

Tengo que confesarte que en verdad sí se puede jugar en esos lugares, pero solamente podemos jugar ahí mi hermana Pupi y yo, sin ningún amiguito ni amiguita ni nada, pero hay que jugar despacio, se entiende. A eso ni hace falta decirlo. Ahí tenés toda la disposición y distribución de nuestra casa rara bien explicadita, así no te perdés y sabés donde estás cada vez que estás donde se te cante que estés. Pero ¿para qué vas a estar si en la mayoría de mi casa no se puede jugar? O sea que si venís mandate nomás para la pieza rara de abajo, ¿OK? Es al final del living comedor que se llega a la pieza rara donde sí se puede jugar y entonces nos juntamos todos los chicos de la barra al atardecer después de la escuela y de tomar la leche para jugar a los conboy.

¿Querés que te diga una cosa que es verdad verdad verdad aunque no me la creas? Bueno, ahí va: yo puedo recorrer TODA mi casa y hasta la joyería con los ojos completamente cerrados o de noche en plena oscuridad. Para mí es lo mismo una cosa o la otra. Puedo caminar por toda mi casa sin abrir los ojos ni una sola vez para nada. Hasta puedo tantear sin errarle el lugar exacto del interruptor de la araña del living comedor o de la biblioteca o de la luz de la cocina cocina o de donde sea. Puedo encontrar todos los interruptores de las luces de la casa con los ojos cerrados. Sin joda. Por eso puedo entrar a mi casa totalmente a oscuras (sin tener que ver el cuadro de mi mamá al pasar) hasta encender la luz que quiera que sea y donde sea. Hasta arriba también. Sé todo exacto sin ver, como Don Ramón el diariero ciego sabe las puertas de cada una de las casas del barrio sin mirarlas ni verlas.

Yo a mi casa me la sé de pe a pa. No necesito prender ninguna de esas luces porque ando por toda la casa perfectamente en la más perfecta oscuridad. Te lo juro por Dios que me caiga muerto aquí mismo. Mientras todos duermen, si quiero hacerlo bajo por la escalera que da a la biblioteca y me voy en la oscuridad (sin tener que ver el cuadro de mi mamá) hasta la cocina que también está como boca de lobo. En lo oscuro abro el cajón de los cubiertos, tanteo hasta encontrar el destapador y entonces abro la heladera. Ahora hay luz porque abrí la puerta de la heladera. Si hasta ese momento tenía los ojos cerrados, ahora los abro también y me destapo una Coca chica. No me la tomo toda porque tanta sed no tengo. Le encajo la tapa de nuevo. La golpeo fuerte con la parte gordita de la palma de la mano y ahí queda. Entonces meto la botellita de Coca chica medio vacía en un estante de la puerta de la heladera, la cierro y me voy de nuevo por lo oscuro a la cama. Al día siguiente la media Coca chica está sin gas y mi papá se enoja. La concha.

 Ya te expliqué que la pieza rara de la casa rara en realidad son dos: esa de abajo de la cual te estoy hablando, donde jugamos con los chicos siempre a los conboy y la otra de arriba, entre la segunda y la tercera terraza —como te jedi— donde cuando hay chica con cama se transforma en la pieza de la chica con cama porque ahí entonces duerme la chica con cama. Si no hay chica con cama es la pieza fantasma de la casa porque está siempre vacía pero amueblada y ahí no vive nadie. Y está en el medio de las terrazas, separada de todo el resto de la casa: sola en medio del cemento de las enormes terrazas. En esa pieza hay una hermosa cama de hierro cromado donde duerme la chica con cama cuando tenemos chica con cama. Hay también un juego de muebles de dormitorio estilo art-déco como los muebles de la biblioteca, pero a éstos mis papis los pusieron ahí en la pieza rara de arriba cuando se compraron muebles nuevos para su pieza.

La pieza rara de arriba tiene techo de zinc sin cielorraso entonces cuando llueve se escucha la lluvia fuerte fuerte bien fuerte. Parece el redoblante de los soldados de la banda del Ejército o de la Marina cuando hay fiesta patria y vienen al pueblo para desfilar el Día de la Independencia por ejemplo y acampan en carpas en el Tiro Federal y los camiones verdes estacionan al borde del camino del río y en auto apenas si se puede pasar. Ahí ponen centinelas con máuser. A mí me gusta pararme en el parapeto de los canteros de la intendencia porque desde ahí arriba puedo ver el desfile militar aunque haya grandes parados al borde del cordón de la vereda. Eso si no me toca también desfilar con mi escuela. Después del desfile la plaza se llena de gente y los soldados que vinieron a desfilar se levantan a las minas del pueblo y se sientan con ellas en los bancos de la plaza, todos recios y de uniforme. Sin uniforme seguro que son iguales a los grandes del pueblo que se paran en el umbral de Hotel de las Naciones al atardecer.

A mí me encanta ese ruido de la lluvia en el techo de zinc, pero no sé si a la chica con cama cuando tenemos chica con cama le encanta cuando llueve porque por ahí le molesta para dormir porque parece como si un soldado de la banda del Día de la Independencia le estuviese tocando el redoblante al lado de su cama. Una vez tuvimos una chica con cama de otro pueblo. Santa, se llamaba. Hasta fumaba. El Coqui Coria me dijo que era hermosa y que estaba rebuena. Entonces con el Coqui Coria la fuimos a espiar de noche. La vimos en camisón: fumaba mientras escuchaba a Sandro por radio y leía una fotonovela sentada al borde de la cama y ponía la ceniza del cigarrillo en el cenicero que tenía arriba de la mesita de luz. Pero no se le veía nada con el camisón ya puesto así que al final nos cansamos de esperar y nos fuimos en puntas de pie de vuelta a abajo sin decir palabra. Nos tomamos una Coca chica entera cada uno y listo.

Pero lo que yo quiero es hablarte de la pieza rara de abajo porque en esa pieza los chicos jugamos a los Conboy y es la que hay que cruzar pasando por ahí cuando tenés que ir desde el living comedor a la cocina. Es rara porque no sirve para nada. Con eso quiero decir que es una pieza metida bien adentro de mi casa pero que no es una pieza de mi casa; como tampoco es de mi casa la joyería. ¿Entendés? Nadie tiene una joyería entremetida en su casa, a no ser nosotros. Bueno, la Muqui y el Pico Garibaldi, por ejemplo, tienen una joyería del otro lado de la plaza ayá en la Anchorena al lado de la zapatería de la Mimí Giorgio y del quiosco de Skiba. Se llama Mimí Giorgio como la Mimí Mizrahi, pero la Mimí Giorgio no es turca, es tana como nosotros. Pero la Muqui y el Pico Garibaldi (¡Ufa, otros tanos!) tienen su joyería AL FRENTE de la casa. La joyería de ellos no tiene NADA que ver con la casa. Es ¡INDEPENDIENTE! (¡Uy!, independiente se dice, tal como se yama el equipo de fútbol donde creo que juega Miguelito Mori, el chico de la panadería de Mori, que queda por ayá ya yendo para la estación).

Como te iba diciendo: a la casa de Marile —que es la nena de la Muqui y del Pico Garibaldi, que son quienes atienden su joyería, como mi papi y mi mami atienden la nuestra— se entra por el zaguán de la casa, quiere decir que la joyería no es parte de la casa de ellos para nada: está ABSOLUTAMENTE SEPARADA de la casa; pero la nuestra, no. La nuestra es una joyería entremetida en la casa, porque —estoy ya podrido de explicártelo— funciona como entrada a la casa. Una vez me hice caca y tuve que entrar por la joyería. Estoy seguro de que los clientes me olieron; estaba yeno de clientes y yo yeno de caca, todo apestoso. Me había hecho caca sin querer mientras jugaba en la plaza. Volví todo cagado, pasé corriendo por la joyería, entré a la biblioteca y me fui directo al baño de arriba a lavarme bien en el bidé y tiré los pantaloncitos en la bañadera. No me acuerdo qué pasó después de eso: debe ser del trauma. Insisto: en realidad, la joyería es la entrada a mi casa. Muy diferente de lo de la Marile Garibaldi. ¿Ves?

Bueno, así como la joyería está metida en mi casa pero no es de mi casa, la pieza rara de abajo donde jugamos a los Conboy está metida bien adentro, al fondo de nuestra casa pero no es de la casa. En esa pieza, además de estar nosotros jugando a los Conboy, hay cajas de cartón y cajones de madera apilados contra todas las paredes y también a veces está todo bien yeno de cajas y cajones en el medio mismo de la pieza. En las cajas de cartón no me acuerdo bien qué hay adentro, pero son cosas de la joyería. Todo lo que hay ahí es de la joyería, menos los chicos cuando estamos jugando. Nosotros no tenemos nada que ver con todo eso, ¿no? Esa no es una pieza de la casa: Es el depósito de la joyería. Entonces, yo me pregunto, ¿qué diablos hace el depósito de la joyería entre el living comedor y la cocina?. Ni la más puta idea.

 Ahora, en los cajones de madera hay cosas de Plata Lappas o de Platería Toledo: jarras, bandejas, bols, centros de mesa; juegos de café y de té y otras cosas así. También hay unos cajones de madera super gruesa y dura que adentro tienen paja y papel de seda porque hay copas, jarras y otras cosas de cristal. Por último hay gigantescos armazones de madera que adentro tienen cocinas, estufas, heladeras y otros “electrodomésticos” que papá y mamá venden en el bazar anexo a la joyería, que es de artículos para el hogar. A veces papá sale en el Chevrolet 51 después de cerrar el negocio porque tiene que ir a instalarles la cocina a los clientes que la compraron.

Ahí nos dejan jugar porque todo está muy bien embalado y seguro. Entonces y por eso, la pieza rara de abajo es perfecta para jugar a los Conboy. Mientras estamos jugando, fingimos (y creemos que es verdad mientras jugamos porque para jugar somos todos muy serios y jugamos muy en serio) que las cajas y los cajones gigantescos apilados son montañas de los desiertos de Arizona o de los desiertos de Texas como en las películas de La Suiza o del Colón o del San Martín o de las series del Canal Siete y cosas así. Uno se puede subir a las montañas de cartón o de madera más o menos como nos subimos a las bolsas de granos y cereal cuando en vez de jugar a los Conboy en mi casa y dentro de la pieza rara de abajo, jugamos en el molino Iberia del Marciano Rodríguez y su hermanita Olguita Rodríguez. Pero todo más chico, si es en casa. El molino Iberia es monstruoso de grande. Interminable, hasta baldío de verdad con yuyos y cosas viejas abandonadas tiene. También hay sapos. Y al molino se entra por un portón para carros y chatas y cosas así.

O sea que si jugamos a los Conboy en casa todo es más chico, mucho más chico. Mientras que si jugamos en los galpones del molino Iberia vale por diez veces más que cuando jugamos en mi casa. Ahí hasta correr se puede. Pero nimporta porque cuando jugamos en mi casa nadie nos jode porque papá y mamá están ocupados atendiendo a los clientes de la joyería, mientras que cuando jugamos en lo del Marciano Rodríguez —como el molino es todo entero el molino— en cualquier momento se aparece el padre del Marciano a buscar alguna bolsa de algo. El papá del Marciano es un gaucho con alpargatas, bombachas, faja a la cintura y boina en la cabeza. Si anda de mal humor seguro que ni bien nos ve nos echa a todos a la mierda y lo recontra reta al Marciano porque dice que una de las máquinas del molino nos va a arrancar el brazo. Tiene razón el gaucho que es papá del Marciano Rodríguez, al menos con respecto al Pepi Cataldo de la funeraria que es recontratravieso. El Pepi Cataldo de la funeraria nunca viene a jugar con su hermana Irmita porque la Irmita Cataldo nunca jamás juega con nosotros. Se cree que es más grande. Creo que es más grande. Tiene razón. Y novio ya. Pero el papá del Marciano viene y nos echa a la recontramierda, eso mismo: a la recontramierda porque cuando juega con nosotros el Pepi Cataldo de la funeraria siempre quiere manosear y toquetear las cintas que a toda velocidad hacen rodar las poleas que muelen el grano para fabricar el gluten o la polenta o la harina que ahí fabrican. El Pepi Cataldo de la funeraria es re-vago. Creo que solamente el Coqui Coria es más vago que el Pepi Cataldo. O por ahí el Mili Genoud. No sé.

en la manoTe decía que el Pepi Cataldo de la funeraria siempre acaba tratando de agarrar las cintas de las poleas —quiere parar las máquina, el muy guachito. Entonces más que seguro que es capaz que sí una cinta le lleva la mano a una polea y después también el brazo chau mano y chau brazo. Así que el padre del Marciano Rodríguez, gaucho con boina y todo lo demás, tiene razón mucha razón cuando nos caga a pedo y nos echa a la mierda, así el Pepi Cataldo de la funeraria no sale para su casa faltándole la mano y el brazo, porque si le falta el brazo y la mano en vez de irse a la funeraria tiene que irse rápido rápido sangrando a la Clínica Moderna. Ahí cagó, porque el doctor Pepe Allende y más que seguro que también la enfermera María Barman que es malísima malísima, una hija de puta, lo van a estar esperando para atenderlo. La María Barman lista ya con la inyección enorme en la mano: llena de líquido espeso y con una aguja gruesa y larguísima. Ahí mismo y sin decir agua va le encaja al Pepi cataldo una inyección bien bien bien fuerte en uno de los cachetes del culo y entonces le duele muchísimo como a mí cuando estoy con gripe y el doctor Daneri la llama a la enfermera María Barman malísima sanguinaria sin que mi papi me avise nada. Sin decirme nada y con mi mamá de cómplice para peor porque tampoco me dice nada, la enfermera malísima Maria Barman guacha de mierda hija de puta como un ogro de los cuentos de los hermanos Grimm me encaja un inyeccionazo en el culo como al Pepi Cataldo sin mano y sin brazo y yo acabo con la cola dura como una bala de cañón de hierro llena de inyección hasta el límite que parece que me va a explotar toda por culpa de la gripe que me agarré en la escuela de algún otro chico enfermo que me contagió, más que seguro dice mi mami.

Ya me fui a la mierda. De lo que te contaba es que jugamos a los Conboy en la pieza rara de abajo por la que hay que cruzar para llegar a la cocina. Cuando jugamos a los Conboy ahí, que es perfecto porque mis papis están lejísimos ocupados atendiendo la joyería, el Polito Capitanelli siempre hace de “El muchachito”, porque es el más lindo de todos nosotros, y mi hermana Pupi siempre hace de “La chica” porque es también la más linda pero de las mujeres. Más linda que la Mimí Mizrahi que tiene cara de turca como su mamá Victoria que también tiene cara de turca. Dicen que Pupi es también más linda que Olguita Rodríguez. Pero bueno, eso es lo que opinan los otros, porque aunque yo no digo nada a mí la Olguita Rodríguez hija del gaucho del molino Iberia y hermana del Marciano Rodríguez me gusta un montón. Me encanta. Así que para mí la Olguita Rodríguez es la más linda primero que nada porque Pupi es mi hermana y entonces no cuenta. La Olguita Rodríguez en secreto a mí me gusta un montonísimo y una vez soñe con ella en bombacha. Entonces la hermana del Marciano Rodríguez sí cuenta, Olguita Rodríguez sí cuenta y cuenta muchísimo porque tiene los ojos de un color gris más claro todavía que los de mi prima Goli Veiga de San Pedro —la hermana de mi primo Tato Veiga a quien ya te dije que le robo los soldaditos de plomo cuando vamos a San Pedro los domingos. Los ojos de mi prima la Goli Veiga también son grises como los de la Olguita Rodríguez del molino Iberia pero más oscuros. Mi mami opina que el gaucho del molino Iberia tiene que ser o gallego o portugués porque todo eso queda en un lugar que se llama como el molino: Iberia. Todos nosotros los chicos tenemos los mismos ojos pardos, con excepción del Marciano que los tiene grises como su hermana Olguita pero el Marciano tampoco cuenta porque es varón y entonces no cuenta porque los varones por supuesto que no cuentan, ¿no te parece? Los nenes de Rodríguez tienen ojos grises y eso que son hijos del gaucho.

Además la Olguita Rodríguez tiene una piel finita y suave como la seda y blanca blanca, blanca, mucho más blanca que la piel de mi hermana Pupi y que la de Pepi y que la de Polito y que la mía que somos todos tanos, dijo un día el turco Mizrahi, papi de Jorge, Mimí, y Luisito Mizrahi. Dijo que somos todos tanos. Pero ellos son todos turcos, dicen en el pueblo. Los papis del Jorgito, de la Mimí y del Luisito Mizrahi son turcos porque tienen abuelos que vinieron del Líbano, allá donde hay desiertos de verdad y la gente anda en camello y con turbante. Un día Jorgito se enojó mucho cuando le dije turco y todo colorado me explicó que ellos no son turcos. Me explicó que ellos son sefaradíes. Eso debe querer decir también gente con turbante, pensé yo en ese momento cuando lo oí decirme eso. Yo creo que los tanos y los turcos tenemos la piel más oscura que la de la Olguita Rodríguez porque somos tanos y turcos y ella no. Pero igual no sé por qué Olguita Rodríguez tiene una piel tan blanca y  suave y unos ojos tan grises y un pelo castaño casi casi medio rubio a pesar de que tiene un padre gaucho morocho de ojos negros y con bigote y con boina  bien crioyo como mi tío Nito, y todo lo demás y el Marciano y la Olguita Rodríguez además tienen una madre de pelo negro con un pañuelo en la cabeza igualita a las mujeres musulmanas de los Balcanes que una vez vi en una revista Life de mi papá (eso ya te lo conté una vez, no sé si te acordás). Le voy a preguntar a mi mamá, pero disimulando de que Olguita Rodríguez me gusta un montonazo. A mí me gusta tanto la Olguita Rodríguez del molino Iberia que me gustaría olerle la piel blanquita finita y suave que tiene. Por ahí hasta me deja lamérsela y saborearla. Si está transpirada de jugar a los Conboy mejor todavía. Debe tener un gusto riquísimo. Me vuelvo loco. De solo pensarlo me pongo muy nervioso y tiemblo un poquito. Pero nadie se da cuenta. La cosa es que a mí en secreto la Olguita Rodríguez me gusta muchísimo pero no digo nada porque me gusta en secreto. Es un secreto.

Ahora, yo me imagino que a Polito seguro que le tiene que gustar mi hermana Pupi, caso contrario no serían siempre ella “La chica” y el Polito “El muchachito”. Pero son los más lindos así que igual no queda otra. Por ahí es capaz que es por eso nomás. Es “un derecho” que tienen por ser lindos, como dijo la de Semorile en el pedazo de clase que corresponde a Educación democrática en el tercer grado, que es el grado donde estamos los chicos ahora. Tienen el derecho de ser La chica y El muchachito porque mi hermana Pupi y el Polito Capitanelli son los más lindos de toda la barra. Entonces tienen que ser sí o sí los personajes centrales del juego, como lo son El muchachito y La chica en las series y las películas del Farwest, ¿no?

En las series del Farwest que vemos en el Canal 7, al final de cada episodio El muchachito siempre salva a La chica y por supuesto que aunque sea en secreto o abiertamente La chica SIEMPRE termina quedándose con El muchachito. Cuando esto pasa en el cine, La chica al final de la película siempre se va montada en el anca del caballo de El muchachito, agarrada a la cintura de El muchachito bien fuerte y bien firme, pero con mucho cuidado siempre de no tocarle a El muchachito ninguno de los dos revólveres ni las balas que tiene en los dos cinturones cruzados alrededor de la cintura formando una equis, uno para cada revólver. La chica va bien agarrada a la cintura de El muchachito con la mejilla apoyada —medio de costado, se ve bien— en la espalda de El muchachito. Galopan hacia el horizonte, bien ayá lejos donde el sol ya se está poniendo al fondo de la pantalla. Se hacen cada vez más chiquitos y la voz de un cantor canta una canción del Farwest. THE END.

Sin embargo, siempre que terminamos de jugar, mi hermana Pupi se va conmigo a la cocina porque ya vamos a cenar y el Polito Capitanelli se va a su casa porque ayá cenan a la misma hora. Claro que ni bien el juego termina Polito Capitanelli no es más El muchachito ni mi hermana Pupi es más La chica. Era todo de mentira.

Entonces ya entendiste que por su lindura cada vez que jugamos a los Conboy mi hermana Pupi es La chica y el Polito Capitanelli es El muchachito. La cosa funciona así: a la Mimí Mizrahi le puede tocar ser la que atiende el saloon donde los Conboy toman whisky, la Olguita Rodríguez por ahí es la mujer de algún Conboy secundario —que puede ser el Jorge o el Luisito Mizrahi. El Marciano Rodríguez en general es el herrero que pone las herraduras a los caballos, pero como nunca tenemos caballos se la pasa al pedo como oreja de sordo todo el juego entero. Nimporta porque el Marciano Rodríguez juega muy mal a los Conboy. El Pepi Cataldo de la funeraria siempre quiere ser el Sheriff, y muchas veces le da un culatazo con el revólver en la cabeza a alguno de los chicos y éste se va llorando a su casa a decírselo a su mami, si es que la encuentra. A mí no me da ningún culatazo porque yo estoy en mi casa y mis papis están muy muy cerca. Si me diese un culatazo en la cabeza se le armaría un quilombo fenomenal. Yo debo también jugar muy mal porque siempre me toca ser el Wanted, y como en todas las series al Wanted siempre lo cagan matando o acaba en la cárcel, yo acabo mal. Yo lo que querría es que me dieran un papel que incluyese estar al lado de la Olguita Rodríguez. Pero nada.

Dibujamos un tipo con sombrero en una hoja del cuaderno de clases escrito bien grande como en la televisión: WANTED: 1000 DOLARES POR SU CAPTURA VIVO O MUERTO y lo pegamos con cola plástica a una de las cajas que fingimos que es la pared del saloon del Farwest. Como ese Conboy que se llama Wanted siempre soy yo, a mí en el juego siempre alguien me tiene que encanar o cagar a tiros, entonces. De preferencia el Sheriff o El muchachito. Pero sea quien sea yo siempre acabo mal, como te lo acabo de anunciar.

 El Pepi Cataldo sí sabe jugar muy bien al Sheriff porque sabe hacer de malo malísimo bien sádico, el peor de todos. Me lleva preso a la cárcel del cogote y casi me ahorca de verdad, y tengo que meterme adentro de una caja vacía que entonces es el calabozo. Si no me meten preso, el Polito Capitanelli o sea El muchachito saca uno de los revólveres de plástico cromado que los papis le trajeron para navidad (el Niño Dios y Papá Noel son puros bolazos, lo sabemos muy bien) o los dos revólveres juntos uno en cada mano y me recontracaga a tiros para salvar a La chica y tengo que tirarme al suelo y revolcarme un par de veces como los malos en las series de TV. EL suelo está frío y si me tiré de una caja-montaña cuando El muchachíto me mató, tengo que quedarme sin moverme en el suelo frío hasta que se acabe el juego. Por suerte se acaba enseguida, porque ya sabemos que cuando los malos se mueren porque los mataron los buenos eso quiere decir que el episodio de ese día de la serie ya termina. No hay más nada que hacer. The End. Entonces puedo levantarme para jugar otro episodio o jugar a otra cosa, o entonces la joyería ya está cerrando y papá y mamá van a venir a la cocina para que cenemos y entonces como tienen que pasar sí o sí por la pieza rara, van a aprovechar para mandar a todos los chicos cada uno a su propia casa porque es la hora de cenar y nosotros tenemos que cenar también. En casa cenamos todos juntos en la mesa de la cocina.

 Cuando ya somos más grandes y estamos en la secundaria la joyería sigue ocupando todo el frente de la casa, pero a la pieza rara la reformaron. La pieza rara no es más ni pieza ni rara: es el comedor. En nuestro hogar ahora tenemos living y comedor por separado. Eso se debe a que el anexo de artículos para el hogar ha sido eliminado de la joyería. Esos artefactos de gran tamaño allí no se venden más. En consecuencia, no existe necesidad de un depósito de mercaderías voluminosas interponiéndose entre el living comedor y la cocina de nuestra casa. La Joyería Pezzini es exclusivamente una joyería.

Eso significa que no disponemos más de nuestra antigua pieza rara para jugar a los Conboy. Sin embargo, en la actualidad eso no nos interesa ni lo lamentamos para nada. Lo que ahora deseamos hacer todos los chicos y chicas de la barra —mi hermana Pupi y yo incluidos— es andar de novio.

The End, como en las series de los conboy.

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Pleasantville, New York, sábado 28 de mayo de 2022

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