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Siete seminaristas acusaron al sacerdote Justo Ilarraz por más de veinte ataques sexuales ocurridos entre 1989 y 1992; el caso llegó al film ganador del Oscar. Sigue libre y nunca fue detenido. La Corte Suprema deberá decidir su suerte. Los testimonios de las víctimas por dentro

 

Podría ocurrir perfectamente. El sacerdote Justo José Ilarraz tiene la libertad suficiente como entrar en un cine y verlo con sus propios ojos. Spotlight -En Primera Plana, su título en español- la película ganadora del último Oscar a Mejor Película protagonizada por Michael Keaton, cuenta la historia de un sórdido encubrimiento de abusos a menores cometidos por curas a cargo de la cúpula del clero de Boston, descubierto por una investigación periodística. Al final del film, hay una larga lista de ciudades donde ocurrió lo mismo; Paraná, Entre Ríos, es una de ellas. El caso que se menciona, puntualmente, es el de Ilarraz. El cura, por otra parte, puede pasar desapercibido entre la multitud de una sala de cine. Goza de cierto anonimato, su cara no es demasiado conocida, ante el aberrante delito por el cual fue procesado: corrupción de menores agravada por su rol.

Ilarraz debía ser un auténtico pastor, un referente espiritual. Como prefecto de disciplina del Seminario de Paraná a comienzos de la década del 90, tenía niños y adolescentes a su cargo, hijos de familias católicas de entre doce y quince años de edad. Casi veinte años después, siete de ellos lo llevaron a juicio unidos en una querella: lo acusaron de más de 20 ataques sexuales ocurridos entre 1989 y 1992, en el dormitorio del Seminario o en diversos viajes de campamento en lugares como Córdoba y Bariloche. Los ataques ocurrían, según los testimonios avalados por la Justicia, en las camas de los menores o en la propia habitación de Ilarraz. El cura no sólo sigue libre hasta hoy: jamás fue detenido por la fuerza pública.

Mejor no decir nada

Fue una investigación del periodista Daniel Enz en el medio entrerriano Análisis Digital lo que destapó algo que había sido un secreto sucio durante años en los círculos eclesiásticos provinciales, plasmado en su libro «Abusos y Pecados», que abarca no solamente el caso de Ilarraz. El sacerdote habría confesado sus crímenes; lo hizo ante su propio jefe espiritual, el arzobispo de Paraná, monseñor Estanislao Karlic, hoy cardenal emérito. Hubo un presunto juicio diocesano en su contra, la Justicia interna de la Iglesia, supervisado por el arzobispo mismo.

Uno de los seminaristas que denunciaron al sacerdote, asegura un documento clave en la causa, «en el año 1995 declaró en el marco del expediente diocesano que se había iniciado contra Ilarraz por hechos de los cuales fue víctima de parte del mismo. Dicha declaración, que prestó en julio de 1995, fue ante monseñor Karlic… En dicha oportunidad manifestó hechos de abusos que había sufrido de parte de Ilarraz durante el año 1992, es decir, cuando tenía 15 años de edad» y que «al momento de declarar Karlic le pregunta qué es lo que quería hacer o que necesitaba, un traslado, irse a otro seminario o ser alumno externo y él le respondió que lo único que quería es que Ilarraz no sea más sacerdote. En dicha oportunidad fue asistido por los psicólogos del seminario, cuyos datos no recuerda».

En el presunto proceso estuvo presente otro sacerdote enterriano, Silvio Fariña, abogado canónico, que declaró eventualmente en la investigación contra Ilarraz. Lo que dijo fue lapidario: Karlic perdonó los pecados del «padre Justo» como le decían sus víctimas. Pero Ilarraz luego negó su supuesta confesión ante Karlic, más todavía pedirle perdón. El cura acusado, por su parte, no fue expulsado de la Iglesia, sino todo lo contrario. El único castigo que recibió de parte de Karlic fue removerlo de la diócesis y prohibirle el contacto con seminaristas. El cura acusado terminó estudiando en Roma, para luego volver al país. Para el abogado querellante Marcos Rodríguez Allende, que representó a los siete denunciantes, la actitud oficial del clero fue evidente. El juicio diocesano habría sido una simple farsa: «Quedó claro, a criterio de esta querella, que el entonces arzobispo Karlic en todo momento intentó proteger la figura de Ilarraz. Primero, decidió que no iba a ser sometido a juicio diocesano, porque eso significaba mandar las actuaciones al Tribunal Eclesiástico regional, con sede en Santa Fe. Hacer eso era poner en conocimiento de otras autoridades de la Iglesia lo que estaba pasando acá».

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Lo que ocurrió con Ilarraz fue un clásico manejo eclesiástico de los sacerdotes manchados: la recirculación silenciosa. El cura tiene un actual domicilio fiscal en el pueblo tucumano de Monteros -donde votó en las últimas elecciones presidenciales-, más precisamente en la calle Newton al 350. Al llamar a la línea telefónica asociada a esa dirección, una voz reveló algo al menos inquietante: «Es la Parroquia del Sagrado Corazón, el padre Ilarraz fue párroco aquí, se tuvo que ir por lo del juicio hace cinco años, pero bueno, llame a la diócesis». Es claro que, a pesar de la acusación Para los registros judiciales, dio un domicilio en la calle Bolivia de la capital tucumana, donde sus actuales ocupantes dicen no conocerlo. Hoy, su suerte depende de la Corte Suprema de Justicia: el máximo tribunal requirió el expediente que lo investiga por pedofilia, según reveló Página/12 esta mañana. Deberá resolver algo que la defensa de Ilarraz antepus eno repetidos recursos: la prescripción de los hechos de los que se lo acusa.

La diputada provincial Rosario Romero integra la querella del caso. Romero asegura: «Tenemos cuatro decisiones judiciales de diversas instancias en Entre Ríos que rechazaron el planteo de prescripción, no por aplicar el Código Penal, sino por criterios de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que establece que las víctimas tienen derecho a que la verdad se investigue. Lo que queremos es que no quede el expediente congelado, que avance y se llegue al juicio». Los siete querellantes no son los únicos; hay otros seminaristas que fueron supuestamente abusados por Ilarraz a la espera de la decisión de la Corte para sumarse al expediente. No quisieron hacerlo previamente «por miedo a ser revictimizados», aseguran fuentes cerca del proceso.

Para el 22 de marzo, las partes debían convenir en una reunión en los Tribunales de Paraná para apelar el procesamiento dictado en contra de Ilarraz el 10 de julio de 2015. De cara al pedido de la Corte, la reunión quedó trunca, lo mismo la eventual marcha del expediente. Pero el procesamiento de más de 120 páginas firmado por la jueza Susana María Firo tiene peso suficiente. No es una larga pila de razonamientos jurídicos, sino el calvario de toda una vida para los siete seminaristas y las pericias psicológicas que avalaron sus testimonios. Cada presunto ataque de Ilarraz fue relatado en detalle. Infobae accedió al texto completo.

¿Quién te arruinó la vida?

Lo descripto en este testimonio corresponde a 1991. La víctima tenía apenas 15 años: «El dicente se encontraba en la habitación de Ilarraz y estaba en calzoncillo acostado boca abajo en la cama y el mismo le bajó el calzoncillo e intentó penetrarlo diciéndole que si él lo penetraba no era pecado siempre que no hubiese derrame de líquido, no obstante como el dicente se asustó mucho se levantó y se fue del lugar por lo que evitó que Ilarraz lo penetrara. Refiere que a partir de ese episodio se asustó mucho por lo que comenzó a ir con menos frecuencia a la habitación de Ilarraz hasta que se fue del seminario en el año 1992». La manipulación de confianza era evidente: «Preguntado por el señor Agente Fiscal en cuanto a que si al momento de tocarle los genitales Ilarraz le decía algo para convencerlo manifestó no poder decirlo puntualmente, pero siempre le hablaba de la confianza y le inculcaba eso, que entre ellos tenían que tener mucha confianza y amistad, como asimismo, expresó no comprender -al momento en que ocurrían los hechos- lo que le estaba pasando. Que una vez que salió del seminario y cuando empezó a ver que no había sido el único».

Los síntomas que registraron dos peritos psiquiátricos oficiales que lo entrevistaron fueron los siguientes: «Angustia profunda, crisis de llanto reactiva a su hecho traumático, abulia, desgano, falta de iniciativas, anhedonia con displacer por todas las cosas. Además presenta recuerdos vividos mediante «flashbacks» (fragmentos rápidos y cortos e imágenes intrusivas del hecho traumatizante) tristeza vital, proyección pobre, sombría y negativa hacia su futuro, disomnias con pesadillas, micro despertares nocturnos paroxísticos con palpitaciones, taquicardia y agitación psicomotriz». «Claros indicadores de una experiencia traumática grave sufrida durante su adolescencia», concluyeron.

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Otro testimonio habla de lo ocurrido en el Seminario de Paraná, en una noche de 1992: «Estando en la habitación luego de la dirección espiritual Ilarraz lo toma de la mano y lo lleva al ambiente donde estaba la cama, estando la luz apagada lo comienza a tocar, a acariciar y le saca la ropa e incluso el también se la saca y se acuestan en la cama; ante ello se excitó por lo que Ilarraz lo besaba y luego le tomó el pene y se lo metió en su boca, lo miró a los ojos y sonrió como pensando ‘qué gran amistad, que confianza, puedo seguir’. Luego le hizo dar vuelta boca abajo y sintió su cuerpo sobre su espalda y colocó su pene erecto en su cola, en ese momento reaccionó y se dio vuelta por lo que Ilarraz se dio cuenta de que se estaba oponiendo a la situación, por lo que se levantaron y como si estuviera enojado le dijo que se cambiara y se fuera».

No hubo éxito en superar el trauma, aseguraron dos psicólogos judiciales que analizaron a este seminarista, ya con 37 años de edad al declarar y ratificar su testimonio. Los expertos hablaron de «una estructura de personalidad de tipo neurótica, con características obsesivas, se infieren mecanismos defensivos del tipo de la disociación, aislamiento y la racionalización. De la evaluación se tiene que el relato es verosímil y no presenta indicadores que permitan suponer tendencia a la fabulación como así tampoco que el relato se encuentre influenciado por terceros».

El cuarto del cura era el territorio preferencial, de acuerdo a los dichos de las presuntas víctimas. Otro seminarista apuntó: «A mediados del año 1992 notó que cada vez que iba a la habitación de Ilarraz el mismo comenzaba acercarse, abrazándolo, e incluso lo alagaba diciéndole ‘qué linda sonrisa que tenés, ‘que facha tenés’. De a poco fue acercándose cada vez más. Que un día siendo alrededor de las 00:00 horas, mientras estaba durmiendo en el pabellón, junto a sus compañeros de primer y segundo año, Ilarraz se le acercó a la cama, se metió debajo de las sábanas y comenzó a hablarle de la amistad profunda que había entre los dos y, a medida que iba hablando colocó su mano sobre su vientre y rozaba el calzoncillo, hasta lograr excitarlo, luego le bajó el calzoncillo y lo comenzó a tocar, a masturbar y lo besaba en el rostro y el cuello. Luego tomó su mano la puso debajo de su calzoncillo y le hacía que lo masturbara. Después comenzó a besarlo en la boca e incluso metió su lengua en su boca. El dicente estaba paralizado, no sabía qué hacer, su barba le quemaba la cara, pero no atinó a hacer nada».

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Federico Fahsbender

Por: Federico Fahsbender [email protected]

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