Te escribí unas cosas que no me animaba a contarte”, le dijo su hija, rehén del llanto y la angustia. Había vivido otra tarde difícil en el colegio. Había alcanzado el límite de su tolerancia. No llegaban a ser las seis de la tarde del último día de agosto cuando Sofía (nombre inventado para preservar la identidad de la menor) regresó de la escuela Manuel Belgrano de Villa Carlos Paz, Córdoba. Bárbara se estremecía mientras leía la carta que su hija le había escrito en una hoja rayada número cinco.

La letra es desprolija, escrita en tinta negra, tiene partes tachadas y solo tres palabras en mayúsculas: “Ayudame por favor”. Dice: “Mami, te estoy haciendo esta carta porque me están pasando cosas horribles. No paro de temblar y no puedo respirar. Te juro que nunca odié tanto a estas personas. Mamá, por favor tenés que hacer algo. Ma, siento que me voy a morir”. El mensaje cierra con las tres palabras en mayúsculas, un “te amo” y su nombre.

La carta también reproduce los nombres de sus compañeros a los que dice odiar. La madre se la envió automáticamente a la directora del establecimiento educativo. Conoce a las autoridades y al colegio: su hija mayor completó su educación primaria ahí, su hija menor concurre desde jardín. La respuesta de Jorgelina, la directora del colegio, se redujo a promesas: le dijo que iba a hablar con la docente del grado y que iban a tener una charla con todo el curso. A los pocos días, las autoridades educativas mantuvieron una charla con los alumnos: hicieron foco en el bullying y en el respeto. No adoptaron nuevas medidas. No personalizaron el conflicto. No convocaron a los padres.

"No paro de temblar y no puedo respirar. Te juro que nunca odié tanto a estas personas. Mamá, por favor tenés que hacer algo", le pidió su hija por carta«No paro de temblar y no puedo respirar. Te juro que nunca odié tanto a estas personas. Mamá, por favor tenés que hacer algo», le pidió su hija por carta

Bárbara denuncia acoso escolar desde comienzo de año. El hostigamiento fue escalando al compás del padecimiento físico de su hija. Sofía había regresado entusiasmada a la presencialidad, después de un esquema de virtualidad por restricciones sanitarias en virtud del coronavirus. A los meses, dice su mamá, su presencia en clase se volvió un suplicio, una pesadilla. “A ella le cuesta sociabilizar, es muy introvertida. Y sobre todo después de atravesar más de un año en pandemia. Pero hay otros nenes y nenas que no. Al principio no pasaba nada, se bancaba las cargadas pero después empezó a somatizar su dolor: Cada vez que tenía que ir al colegio sufría dolores de cabeza, vómitos, fiebre”.

Fue la primera alarma. La recurrencia de su malestar fue síntoma de que algo en el colegio la estaba afectando. La niña de doce años, en simultáneo, empezó a ir al psicólogo. El tormento se profundizó. Al poco tiempo, ya le manifestaba que directamente no quería asistir al colegio. Bárbara le comunicaba a la dirección del instituto las razones de las ausencias sistemáticas de su hija. Ella ya sospechaba cuál era la razón de la congoja de su hija y les exigía a las autoridades educativas que citaran a los padres de los estudiantes implicados. “Los directivos se negaron y me respondieron que se iba a armar más lío”.

A Sofía, alumna del turno tarde de sexto grado, la situación la desbordaba. Empezó a padecer abruptos ataques de llanto y hace dos meses experimentó su primer ataque de pánico. “Se burlan de su pelo, se burlan de su cuerpo, le escriben insultos en los bancos, le dejan mensajes intimidantes en todas partes de la escuela, se burlan cuando expone algo en clase. Mi hija se bloquea y no puede presentar sus tareas”, enumeró.

Algunos de los mensajes que su hija le envía para que la vaya a buscar al colegioAlgunos de los mensajes que su hija le envía para que la vaya a buscar al colegio

La carta que le dedicó su hija fue bisagra. “Que mi hija me escribiera que no podía seguir viviendo así, me destruyó”, contó su madre. Desde entonces, la menor lleva el celular al colegio para mantenerla al tanto de su estado anímico. Bárbara compartió algunos mensajes que su hija le envió el 13 de septiembre y el primero de noviembre: “Podés llamar al abuelo para que me busque. Me siento muy mal, por favor mami” le pidió en septiembre y “Mami ayuda, ma en serio. Me voy a clavar el lápiz en el medio del ojo así me muero desangrada”, le advirtió el lunes pasado. Hay otros mensajes más angustiantes que prefirió no compartir.

Cada vez que recibe un mensaje de su hija, automáticamente llama al colegio. Cada vez que lo hizo le contestaron con evasivas. “Pregunto qué es lo que está pasando y me responden que están todos bien. Nunca recibí una respuesta concreta, nunca recibí contención, nunca dieron ningún tipo de respuesta para hacerle frente a la problemática y solucionarla definitivamente”. Al medio Carlos Paz Vivo también le notificó que tanto la maestra del grado como la directora disponen de los videos, las cartas y los testimonios que documentan su posición. Hubo una intención de firmar un acta para intentar resolver el conflicto que no prosperó. No hubo, desde entonces, avances y gestos por intervenir.

La madre asume que el núcleo del acoso radica en las diferencias que tiene con las madres de los niños que hostigan a su hija. El turno tarde de sexto grado del colegio Manuel Belgrano de Villa Carlos Paz volverá hoy a clases después de disfrutar de un campamento de dos días en Mundo Cocoguana, un complejo recreativo ubicado sobre la Autopista Córdoba – Villa Carlos Paz. La única estudiante del curso que no fue invitada fue, precisamente, Sofía. “Ella ahora tiene miedo de que alguien tome represalias, tiene pánico de volver al aula de su colegio”, retrató Bárbara.

La madre anunció que presentará una denuncia formal ante la justicia después de que coordine con su abogada un método de acción. Infobae se comunicó con la dirección del colegio y hasta la publicación de esta nota no ha recibido respuesta.

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