Parroquia Santiago Apostol
Comenzamos la Cuaresma con el ritual de la imposición de las cenizas sobre la frente de los fieles. Este símbolo de la ceniza aparece atestiguado desde tiempos remotos en el pueblo de Israel, como señal de arrepentimiento y también de duelo.
En la liturgia cristiana la ceniza es un símbolo penitencial que nos evoca diversos significados. Por un lado, la ceniza nos habla del poder purificador del fuego, que destruye la basura y lo inservible reduciéndolo a polvo. Al recibir la ceniza, reconocemos que hay muchas cosas de nuestra vida que deben ser quemadas, porque así esta existencia nuestra “será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego” . La ceniza expresa nuestro arrepentimiento y nuestro deseo de recomenzar un camino sin “basuras” ni impurezas.
Al remitir a algo que fue destruido por el fuego, la ceniza también nos habla de lo efímero, lo breve y limitado que pasa.
La ceniza, como señal de duelo, es lo opuesto al traje de fiesta; la ceniza no embellece sino que oculta.
Por todo esto, la ceniza tiene una connotación de tristeza y de dolor, porque la vida humana es finita y limitada, y se apaga en la muerte. La antigua fórmula para la imposición en el miércoles de ceniza dice: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Es una invitación a la humildad, a recordar que cada uno de nosotros está de paso por este mundo…
Si nos quedamos sólo en este aspecto, puede parecer que Cuaresma es un tiempo de duelo, de tristeza, de no reírse y de escuchar música fúnebre. Pero el objetivo de la Cuaresma no es que nos pongamos tristes, sino que nos preparemos para la fiesta de Pascua. Y Pascua es justamente la celebración de este gran misterio de la victoria de la vida sobre la muerte. Es Jesucristo que nos dice que “al polvo volveremos”, pero que de allí seremos levantados para una Vida plena que ya no será cenizas nunca más.
Por eso la ceniza, como todo símbolo, puede invitarnos a más de una lectura. Dice el refrán popular: “Donde hubo fuego, cenizas quedan”. Y no se habla de ceniza como algo muerto, sino justamente como una señal del ardor que tal vez aún se puede rescatar. Incluso de las cenizas se puede rescatar energía y vitalidad. Lo sabe cualquiera que se haya tomado un rato para mirar el fuego: debajo de las cenizas hay brasas encendidas. Como la tumba de Cristo, que guardaba el misterio del fuego y de la luz.
En la celebración del miércoles de ceniza, la Iglesia prefiere la frase: “Conviértete y cree en el evangelio”. La ceniza que recibimos está hecha de unas ramitas de olivo que han pasado por el fuego. También nosotros debemos pasar por el fuego del Evangelio para que toda nuestra vida renazca en la Pascua. Así lo quiere Jesús: “He venido a traer fuego sobre la tierra, y cómo desearía que ya estuviera ardiendo” .
La ceniza, en su pluralidad de sentidos, nos acerca al misterio de la muerte y la vida, de la energía y del reposo, de lo eterno y lo efímero, del cielo al que aspiramos y de la tierra en la que andamos…
Sí, un día volveremos al polvo de la tierra, y viene bien que al menos una vez al año la Iglesia nos recuerde nuestra frágil realidad: fuimos hechos de barro, del humus de la tierra, y en esto consiste la humildad, en reconocernos criaturas.
Y junto con la humildad, la esperanza que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón. Esa esperanza de que nuestra debilidad, convertida en cenizas, se transforme en algo grande y luminoso.

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