Autor: Felipe Pigna

En medio de una de las peores crisis que recuerda la historia española el calendario marcó a mediados de 2011 los 75 años del inicio de aquella tremenda guerra civil. El bando vencido realizo algunos actos y los pocos sobrevivientes pudieron ver con cierto orgullo flamear su bandera, la republicana, entre los miles de jóvenes indignados de la Puerta del Sol de Madrid o de la Plaza Catalunya. Flameaba por allí cierta poesía, la Federico, la Machado y la del querido y dolorido hasta el final, Miguel Hernández, el poeta que sobrevivió a la guerra, pero no a la pena, ni a la cárcel ni a saber que su hijito Manuel Miguel pasaba hambre y se alimentaba “con sangre de cebolla”, aquel niñito que le quitaba soledades y le arrancaba cárcel, al que estaba dispuesto a traerle la luna cuando era preciso y le pedía a aquel hijito que no se derrumbara, que no sepa lo que pasa ni lo que ocurre. Años de humillación de su amada Josefina Manresa, recorriendo las distintas prisiones donde los asesinos de Federico, los exiliadores de Machado que lo mandaron a la muerte, lo iban confinando en condiciones cada vez peores. La guerra también, y sobre todo, la habían declarado los herederos de la Inquisición a la poesía, al teatro, al amor y como dijo un íntimo de Franco, Millán de Astray, a la vida, cuando proclamó frente a un desconcertado Miguel de Unamuno “Viva la muerte”.

Lo conocimos a Miguel de chicos, allá por los 70 gracias a otro grande, Joan Manuel Serrat, que tuvo la valentía de rescatar algunos de sus más bellos poemas y difundirlos por el mundo. En nuestros asmáticos wincos se nos hicieron familiares las nanas de la cebolla, conocimos a su entrañable amigo Ramón Sijé, frente a cuya tumba se lamentaba Miguel, encontrando las palabras que tantos sentimos ante un hecho que nos parte en dos y que él sintetizo en “que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.”Pero aquel muchachito nacido en Orihuela un 30 de octubre de 1910 también nos dejó la vitalidad, aquel niño yuntero del que dirá años más tarde: “carne de yugo ha nacido, más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace como la herramienta, a los golpes destinado.” En consonancia con su pensamiento revolucionario, se preguntará “¿Quién salvará a este chiquillo, menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena? Y proponía: “Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros.”

Pero también le escribió a la alegría campesina de aquel Romancillo de Mayo, que le canta a la vida, al renacer de la primavera. Nos habló de las bocas que arrastran bocas y de los amorosos labios, en uno de los mejores poemas dedicados a los besos y le recordó a su amada que “menos tu vientre, todo es confuso”. Miguel peleó en el bando vencido todo lo que pudo en el 5to regimiento, estuvo en el frente en Teruel, Andalucía, Madrid y Extremadura. Sólo pidió una tregua, una licencia para casarse con su amada Josefina el 9 de marzo de 1937. En diciembre nacerá Manuel Ramón, un motivo más para luchar por la vida Pasó luego del tremendo dolor al batallón dirigido por Valentín González, el mítico campesino. Era convocado de todos los frentes para alentar a las tropas, para darles el calor que les faltaba y devolverles algo de la poesía que les habían robado. Escribe para ellos “Vientos del pueblo”, “El labrador de más aire” y “Teatro en la guerra”. Promueve y participa del Congreso Internacional de Escritores Antifascistas” en defensa de la República española. Pero la ayuda nazifascista, la cómplice duda de las potencias occidentales y los conflictos internos entre las fuerzas de izquierda irán minando la suerte de aquel sueño de cambiar la España vieja de la que hablaba Machado. A las derrotas se suma la terrible noticia de la muerte de su pequeño hijo, “el niño de la luz y de la sombra”, como lo llama en un amoroso poema. Sólo habrá luz y alegría con el nacimiento de Manuel Miguel en enero de 1939.

Vino la derrota y el decreto franquista refirmado por el “filólogo” Joaquín de Entrambasaguas que mandó quemar toda la obra del enorme poeta. Pero manos del pueblo de algún niño yuntero hecho hombre lograron rescatar dos copias de cada libro y se pudo publicar su obra en Buenos Aires y muchos años después en España. Tratando de escapar hacia Portugal es detenido y comienza como decíamos su peregrinar de mazmorra en mazmorra acusado de cantarle a la vida, al amor y a la libertad, por la que había sangrado, luchado y pervivido. Salió en libertad a fines de 1939 gracias a las gestiones de Pablo Neruda ante un cardenal, pero al volver a su querida Orihuela, alguien lo delató, volvió a prisión y fue enviado a Madrid donde lo condenan a Muerte. Gracias a las gestiones de varios amigos, entre ellos el Luis Almarcha Hernández, que de amigo de Miguel en la juventud había pasado a ser Vicario de la Diócesis de Orihuela, se consigue la conmutación de la pena por 30 años de prisión. Pasó por Palencia y Toledo hasta ser confinado al “Reformatorio de adultos” de Alicante. A donde los trasladaban allí iban Josefina y su querido niñito a quitarle soledades y arrancarle cárcel. No dejó de escribir nunca, cualquier papel que caía en sus manos lo convertía en poesía.

A fines de 1941 las durísimas condiciones de detención, la tristeza y sus ansias de libertad encerradas, lo enferman. Primero fue la bronquitis, luego el tifus y finalmente la tuberculosis. Miguel se fue para siempre el 28 de marzo de 1942. En febrero de 2011, informaba el diario El País de Madrid que “el Tribunal Supremo en lo militar denegó revisar la sentencia del 18 de enero de 1940, dictada por el Consejo de Guerra Permanente número 5 de Madrid como autor de un delito de Adhesión a la Rebelión previsto en el artículo 238.2º del Código de Justicia Militar del año 1890.” El argumento de los injustos es aferrarse a que la ley de memoria histórica reconoce la injusticia de las sentencias dictadas durante la dictadura. No hubiese estado mal que se reconociera la barbarie, que se pidiese disculpas a la familia y al mundo por intentar matar la poesía porfiadamente después de Federico.

Pedirle disculpas al hombre que escribió, que nos escribió en 1938 en “El hombre acecha”:

Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Comentarios de Facebook