Por Mayra Arena. Nació en Bahía Blanca. Es estudiante de la Universidad Nacional de Tres de Febrero en Ciencias Políticas.

De las lecturas hechas sobre mi día de furia de ayer, la más estúpida (con todo respeto) es la de que quiero jugar a la política. Para jugar a la política hay que hablar siempre en positivo, contestar de manera abstracta a los problemas reales, postear fotos con niños, ancianos y vecinos y, sobre todas las cosas, no discutir nunca con funcionarios ni con gente intocable del poder. Pues bien: no cumplo ninguno de esos requisitos. Documentar la militancia y postearla todos los días es algo que no hago ni pienso hacer, me aburre, no estoy acostumbrada a fotografiar cada momento vivido y no me interesa aprender. No critico a los que lo hacen ya que cada uno va consiguiendo recursos para la gente como puede, y muchas veces ese fogoneo constante es la mecánica que les funciona a algunos. (Y les digo lo mismo que les digo a mis compañeros: si es para conseguir cosas para la gente, vale todo menos sacarle a un laburante.) Pero el motivo más real por el que no me interesa jugar a la política es porque no otorga un poder real para cambiar las cosas. Salvo los altísimos cargos, pero hasta ahí nomás. Yo no tengo padrinos políticos y la única vez que un funcionario me invitó a algo público me encargué de asegurarme que no me invitaran más. No me interesó nunca chuparle las medias a nadie ni acumular poder de la otra manera cuasi perversa que existe: movilizando a la gente excluida, demostrando que tenés «capacidad de movilización» arriando desocupados como ganado. Sé la cantidad de gente que me va a dejar de seguir después de estas palabras, pero nunca me interesó acumular likes. No subo nada tribunero, no me prendo a los hashtag pegadizos que poco tienen que ver con la realidad de los barrios más pobres o con analizar la realidad. Soy esto: una piba que labura bien, por suerte, que milita en el barrio y que siempre está tratando de ver qué hay detrás de cada quilombo social. Soy peronista y todo lo que digo acá (y más) lo digo «puertas adentro» y a quien hay que decírselo cada vez que tengo la oportunidad. Lo que ocurre con la asignación de recursos, lo saben todos los que militan. Lo que ocurre con la cantidad de gente indeseable trabajando en cargos públicos, lo sabe cualquiera que haya tenido que hacer un trámite. Y lo que ocurre con el desempleo, la pandemia y las decisiones del gobierno, lo sabemos absolutamente todos. Ayer se me juntaron varias de estas cositas, sumada a la tranquilidad exasperante de los funcionarios y de los que militan cualquier política que les tiren por la cabeza cuando saben muy bien la cantidad de gente que se está cagando de hambre. No tengo lenguaje más formal hoy, sigo caliente. Agradecida siempre a los que leen, a los que disienten con respeto (la enorme mayoría) y, sobre todo, a los que cuando no doy más se ponen a disposición.

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