Recordarán ustedes que en la primera mitad de ese capítulo cuarto de la novela Paraíso tropical perdido (publicada en BTI la semana pasada), los hippies que acampan en la playa Ferradurinha de Buzios reposan después de un banquete que culminó con un rito en el que se fumó una página del Tao Te Ching como medio de adquisición de «Sabiduría cósmica» . Esto es lo que sucede a continuación:

Paraíso tropical perdido – Capítulo IV – segunda y última parte: 

¡Estábamos tan totalmente idos!, really high, totally stoned.

Yo me hallaba sentado a la izquierda de Neptuno, separado de él por el tranquilo Meteoro. La cabeza de Zelma descansaba en mi falda. Inmóviles. La página del Tao había sido fumada. Ya fumada, la pipa Apoteósis de Yemanjá ahora repoaba en el regazo de Nelson, quien la inspeccionaba con los ojos semicerrados. Permanecimos en silencio. Nelson estaba muy próximo a Neptuno, a su derecha. Los ojos de Nelson seguían los misterios de esa sugerente Deidad Marina que la mano de Neptuno había descripto con tanta paciencia y alucinada percepción en su talla.

Tetê, ahora vestida (o desnuda) tan sólo por su minúscula tanga, había dejado el círculo y yacía a unos metros de distancia, acostada boca arriba sobre la arena. Con los brazos y las piernas estirados y abiertos en cruz, debía sin duda sentir que ella era ahora una poderosa antena inteligente que capturaba la energía de ese cielo, de esa playa, de ese momento. Sobre la arena, ella era una estrella de cuatro puntas hecha carne, un artefacto de músculos y tendones que inhalaba vida y exhalaba todo el calor y energía de la existencia humana universal. Primero, sus ojos se concentraron en las Tres Marías bordadas en la Inmensa Negritud. Muy cerca vio la Daga Sagrada y más abajo Tauro. Luego apuntó y siguió el camino nebuloso de la Vía Láctea. Y de allí partió, a navegar el espacio sideral. Tetê se fue perdiendo en cuerpo más y más, en un devenir espiritual.

Más allá de la orilla del mar, vestida con tan sólo el yeso que le había propinado su accidente motociclístico y ahora aprisionaba todo su torso, pobrecita, Viviane se había internado en las aguas hasta la entrepierna: tan profundo como ese plaster-cast de soporte le permitía ir. Muy cerca de ella, Ricardo se había inmiscuido en un diálogo con el mar. Esperaba hasta que rompiera una ola e inmediatamente disparaba en su flauta traversa de plata un fragmento de alguna de las fugas de Bach, que continuaba hasta el momento en que la siguiente ola se elevaba hasta la cumbre y se aprestaba a romper, a doblarse. Era entonces cuando Ricardo silenciaba la fuga. La ola doblaba, caía y a continuación su estruendo marcaba un duro contraste con el silencio, en una instancia más de su ritmo lunar, milenario, eterno. A la postre, de nuevo Ricardo recomenzaba su diálogo con el corto fragmento de una nueva fuga, hasta la próxima explosión de la ola siguiente. Desde donde estaba yo, junto al fuego, la flauta de Ricardo Campelo Cavalcanti de Albuquerque se oía muy débilmente. Constituía nuestra versión muy particular de una espacie Muzak ambiental.

La luna brillaba alto.

«¿Ves, cara?» Ese fue Neptuno. Recomenzó su relato como si nuestra conversación se hubiese interrumpido sólo unos segundos antes. «Sucedió en Ámsterdam, a las puertas del Red-Light District: la zona de prostitución. El coffee-shop todavía está allí (como el Bar Le Pirate aquí en Buzios, pensé yo). Podrías entrar allí ahora mismo, comprar y fumar tu marihuana o hashish, o ambos. Lo adorna un letrero en el frente: dice Coffee-shop –  PARADISE – The Best. El cartel sobre la cornisa del café es en verdad un espejo con esas palabras en letras de neón sobre su superficie. Coffee Shop y The Best de color verde; PARADISE, en rojo brillante. En ese letrero, cara, además aparecen tres palmeras.

«No lo noté cuando entré, pero al salir, crucé la calle estrecha para observa esa señal desde la vereda de enfrente. Te diré por qué». Neptuno se acuclilló junto al fuego. De inmediato, Meteoro tomó la cafetera y le sirvió un pocillo. Neptuno continuó hablando. «Había desembarcado del navío Koningin Beatrix en el puerto del Hook of Holand. Ese es uno de los puertos habilitados en mi licencia de práctico. Quien comanda la navegación en esas aguas, sea en el barco que sea, si estoy a bordo soy yo. De allí había tomado el tren nocturno a Ámsterdam. Una vez en Ámsterdam, había alquilado una cucheta en una pocilga barata llamada Hotel Kabul, en la estrecha calle Warmoesstrass, a poca distancia de la Centraal Station ferroviaria», continuó Neptuno. «Fui al PARADISE (Paraíso) sólo para fumar un poco de yerba y leer, pasar un rato solo y tranquilo.

«En el estrecho primer saloncito algunas pocas mesas se distribuían de modo más o menos equidistante. En la parte de atrás, al fondo del café, junto a la barra donde venden yerba, resina, bizcochos y tortas de marihuana y hashish y la parafernalia de accesorios que corresponde, existe un espacio pintoresco con alfombras orientales y cojines bordados. Compré una taza de café y me senté en esa trastienda. Algunas personas yacían reclinadas sobre los grandes almohadones y escuchaban música, charlando en voz baja. ¡La música! Como soy brasileño, al instante reconocí la melodía que el Gato Barbieri soplaba con obsesión en su saxo: estas eran las notas más altas de esa versión antológica que él grabara de la canción Bahía… ¡y yo, con mi provisión de Manga-rosa da Bahía en mi tabaquera de cuero! En Inglaterra, antes de abordar el barco había comprado un libro, cara. A pesar de que era medio aburrido lo seguí leyendo, en parte porque disfrutaba con enorme placer de cómo este tipo arremetía en su texto contra los ricos y poderosos. La lectura ya me había ayudado a pasar las horas tranquilas de vigilia del tren.

«Escogí un cojín que me pareció mullido y de cuclillas sobre su bordado terciopelo me puse a preparar mi pequeña pipa de vidro con la Manga-Rosa. Cuando estuvo lista, la encendí y, bajo la tenue luz que coloreaba el local de tonos dorados, regresé a mi libro.

«Supongo que el ambiente ayudaba: en un par de minutos empecé a sentir el dulce efecto de la marihuana … y me introduje una vez más este texto en inglés que despotricaba contra el reciente fenómeno de alambrar las planicies en la isla británica —¿sabés que esta novela filosófica se publicó por primera vez en mil quinientos dieciocho?—. El narrador de Utopía lamenta esos alambrados (the enclosure), arremete sobre la novel industrialización textil que genera una multitud de manadas de lanares que, como plaga de langostas, estaban devorando cuanto verde existía en esas campiñas silvestres, hasta entonces. El murmullo de los fumadores que me rodeaban se fusionaba con los acordes del saxo de Gato Barbieri. Me hallaba en paz.

«Ese ambiente y ese estado de espíritu era justo lo que había ido a buscar allí, después de tantas semanas a bordo del Konigin Beatrix. Noté que un hombre a mi derecha tenía un par de brazos macizos y musculosos tatuados con los íconos clásicos de todo marinero, además de algunos bastante extraños. El tipo fumaba una hookah —un narguile, sabés?—, una de esas varias pipas de agua árabes de bronce que PARADISE alquilaba a sus parroquianos, parte de la parafernalia que adornaba los estantes de la barra, ¿no? Por el aroma, pienso que la hookah del marinero estaba preparada con algún hachís muy dulce, mucho más oscuro y fuerte que el que en general fuman los lugareños amsterdameses. Debía ser de su propio stash personal. Como mi Manga-rosa. Cada uno con lo suyo.

«Distraído de la lectura por la fragancia de ese hashís, abandoné por unos segundos el libro y mi pipa para observar las imágenes tatuadas en sus gruesos brazos. Este, mi vecino fortuito, tomó mi mirada como una invitación a charlar y se dirigió a mí en un inglés cargado de un fuerte acento alemán u holandés. Me dijo:

«¿De qué se trata ese libro, my friend?»    

«Se titula Utopía. ¿Lo has leído?», le pregunté.       

«No, my friend », respondió, «No lo he hecho. No estoy leyendo mucho últimamente. Antes solía hacerlo; ahora sólo recuerdo. Utopía, eh?… Como, imposible… o como… situación perfecta, ¿verdad?» Fumó un poco más.    

«Sí, … algo así». Percibí que el tipo quería hablar. Tal vez no me iba a ser posible ponerme a leer todavía.   

«Quién escribió eso, my friend?», quiso saber.           

«Thomas More».        

«Y… ¿quién es ese, my friend?»   

«No sé muy bien, man, un santo inglés. Durante la Santa inquisición protestante, si no me equivoco, lo quemaron en una hoguera. Antes fue empalado en una estaca … Empalado y quemado en la hoguera. Fue ejecutado de esa forma.

«¡Ah!, ¡estás leyendo un libro sagrado, entonces!» Sus ojos se iluminaron.           

«No sé si sagrado, hombre», le respondí. La mención de la santidad de Thomas More había despertado algo en él.

«Sí, un Santo! ¿De dónde eres, my friend», continuó interrogándome.     

«Soy brasileño, como esa música que está tocando, man», con orgullo lo adoctriné al respecto.          

Escuchó con atención por varios acordes el saxo del Gato Barbieri y opinó. «Para mí eso no suena brasileño, my friend. Me parece que lo que estamos oyendo es muy buen jazz», protestó. Sin embargo, continuó: «Pero te tomo la palabra, brother».

«Sí, man; esto es algo que se hace mucho en Brasil, Brazilian jazz fusion, derivado de algunas canciones tradicionales o folclóricas».

«¿Crees en presagiosmy friend?» Pronunció esta palabra, presagios, de manera enfática.   

«¿Por qué me preguntás eso? … pero sí, supongo que sí».

«Demasiadas señales, amigo. Extrañas coincidencias». Se puso la boquilla de la hookah entre los labios y pitó con fruición».   

Neptuno dejó de hablar por un tiempo considerable, como si tratara de rememorar los detalles de un recuerdo bien guardado. Encendió la Apoteosis de Yemanjá de nuevo y aspiró una larga y lenta bocanada de humo.

Su historia había atraído a todos de vuelta al fuego. Tetê se había arrodillado detrás de Nelson y había dispuesto sus brazos alrededor y sobre sus hombros, abrazándolo. De vuelta del agua, Viviane se había envuelto en un poncho y sentado en la falda de Ricardo. Yo no me había movido ni Zelma tampoco. Una vez más la pipa completó una ronda; todos fumamos un poco más y al cabo Neptuno continuó su historia:

«Señales, my friend… coincidencias, brother», repitió el marinero. Señaló un tatuaje prominente en su antebrazo derecho. «Me di cuenta de que estabas mirando este tatuaje».

«El marinero estiró su brazo ante mis ojos para que yo echara un vistazo más de cerca: era una representación en colores defumados que me recordó la técnica de los artistas aerógrafos.

«Este tatuaje era un perfil geométrico: una isla semiesférica con tres palmeras en la cumbre alta y redonda de la colina que la isla en sí misma constituía. Parecía emerger de un océano azul claro y todo brillaba bajo un cielo soleado. La línea de flotación de la isla —llamémosla así, si la imaginásemos como un objeto flotante— marcaba una división clara: La parte submarina de la isla que en realidad debía haber sido invisible, también aparecía en el tatuaje. Se manifestaba como una media esfera que existiese sumergida en el océano translúcido —en una representación borrosa, ya que era una imagen submarina— y completaba la esfera. Este segundo grabado submarino era un medio hemisferio hundido. Por lo tanto, toda la isla, con su superficie y sus partes submarinas de hecho constituía un planeta; la Tierra. La isla sobre el agua era el hemisferio norte; la línea de agua coincidía con el Ecuador, y la parte hundida era el hemisferio Sur del planeta. Bajo el agua, visiblemente delineado aparecía el croquis de América del Sur. La sección de territorio que correspondía a Brasil estaba tatuada en rojo sangre. Era un tatuaje incongruente: la isla verde coronada por tres palmeras bajo un cielo soleado; el océano azul translúcido; y el medio mundo submarino, hundido, ahogado».   

 

«Me hice tatuar esto en Recife. Eso es en el norte de Brasil, my friendCoincidencias. Vos, brasileño; la música, brasileña; mi tatuaje, también brasileño», me comentó el marinero con el dedo todavía posado sobre el extraño tatuaje. «Yo le llamo a esta cosa Juliana’s Island (‘La isla de Juliana’)… », afirmó con voz llena de sugestiones. Continuó: «Todavía no sé si realmente me gusta tenerlo aquí en mi brazo, my friend. Es demasiado raro, misterioso. Juliana Pernanbucana, la sirena albina de Recife lo me lo tatuó. ¿Te suena ese nombre, my friend

«Te digo esto», nos dijo a nosotros Neptuno: «ya que yo mismo había navegado en barcos de la Armada y la marina mercante durante varios años, y los tatuajes eran el adorno principal entre los marineros, inmediatamente reconocí el nombre de la tatuadora que el marinero le mencionó a Neptuno en ese bar del Red-Light District de Ámsterdam.

«Juliana Pernambucana, la sirena albina de Recife es al mismo tiempo una de las artistas de tatuajes más solitarias del mundo y una de las más famosas. Nunca podré olvidar la foto de ella que vi una vez en una revista de tatuajes. De cabello blanco platino, piel rosa también casi blanca, Juliana Pernanbucana es de Recife, la capital del estado de Pernambuco, en el norte de Brasil.

«Durante el día, los albinos brasileños están condenados a permanecer en el interior de inmuebles o a cubrirse la piel con cuidado, usar las gafas de sol más oscuras que puedan conseguir. Algunas personas insisten en afirmar que Juliana Pernambucana está relacionada por lazos de sangre con —o sea, es de la familia de— Sivuca y de Hermeto Paschoal. Estos dos son músicos de Jazz Brazilian fusión. Son ambos también oriundos del norte de Brasil. Su fama es mundial. El detalle es que los dos son también albinos. Si no los conocés buscá sus fotos (¡y escucha su música!).

«Juliana Pernambucana no sólo es una artista del tatuaje, sino que también su cuerpo es un ‘lienzo’ tatuado:  es una obra de arte. Como su piel es albina, por lo tanto frágil ante la luz solar, ‘vistió’ la mayor parte de su propio cuerpo por el arte de sus propias manos: se lo tatuó casi todo ella misma. Luego ordenó a otro notable artista del tatuaje, el holandés Hanky ​​Panky, nadie menos, que le tatuara las partes inalcanzables para sus propias manos. El resultado es de visible inspiración japonesa. La mayor parte del trabajo consiste en una epidermis de escamas de pescado. Juliana Pernambucana ha llevado el motivo piscícola al paroxismo: la totalidad de su cuerpo está cubierto de obsesivas escamas pentagonales de color azul oscuro, casi negro en las partes más oscuras, desvaneciéndose a un gris suavemente ahumado en las más claras. El tamaño y el tono de las escamas varían según la lógica de las líneas de su cuerpo. Ella siguió libremente el ideal —más que la idea— de un pez. Para permitir el grabado de esa piel piscícola también allí, Juliana Pernambucana se afeitó la cabeza. Luego de tatuada, dejó que su cabello platino volviera a crecer. Cada vez que se lo trenza, lo que rara vez hace, uno puede descifrar la destreza artesanal del magistral tatuador Hanky ​​Panky sobre su cuero cabelludo blanco. El trabajo incluye su rostro y sus orejas, que con agujas y tinta fueron transformadas en branquias de pez.

«Una noche hace unos dos años, en una sucia taberna junto a los muelles de Praça Mauá en Río de Janeiro, un robusto capitán de una vieja lagosteira, un barco de pesca de langosta —también muy tatuado— después de muchas medidas de schnapps  Steinheager —cuando ambos, él y yo ya nos habíamos transformado en pickles en alcohol— me confió que incluso los labios vaginales externos de Juliana Pernambucana están grabados de modo intricado a la aguja profunda.

«El trabajo artístico de la tinta sobre el cuerpo de Juliana Pernambucana presenta una particularidad más. Desde sus pantorrillas hacia abajo, el trazado modifica de forma sutil, gradual e imperceptible la escala armónica para convertirse en un grid compacto que se va estrechando de modo también paulatino. El efecto final es tal que cuando Juliana Pernanbucana descansa reclinada con sus piernas juntas, se produce un efecto à la trompe l’oeil que hace de sus miembros inferiores la aleta caudal única de algún enorme pez. Sus manos han sido sometidas al mismo tratamiento y se parecen a las aletas laterales de un delfín. Juliana Pernambucana es tan sirena como humanamente posible.

«Juliana Pernambucana es además una creadora de tatuajes conceptual e intuitiva. Si querés que te tatúe, ella primero sale con vos algunas veces, te habla, te escucha, hará lo que sea que siente que debe hacer con vos, como lo hizo con el capitán de la lagosteira que encontré en la sucia taberna junto a los muelles de la Praça Mauá de Río de Janeiro. En algún momento u otro ella estará lista para trabajar sobre tu cuerpo. Cuando lo haya y te haya conocido. Ella perforará tu piel de modo febril, ideando el logotipo o imagen que se haya formado en su mente mientras pasó ese tiempo con vos.

Tatuarse con Juliana Pernambucana, la sirena albina de Recife constituye un ritual cuya base es la confianza del sujeto del tatuaje: vos. En otras palabras: ella te tatuará lo que se le cante, ¿entendés?  Lo que sea que sienta que tiene que hacer, diría ella.

«Ella habló sobre un trágico yin y yang geodésico, ¿ves?», Neptuno nos dijo que el marinero en Ámsterdam le dijo a él.  «Ella habló de polaridades, my friend. Dijo que yo necesitaba este tatuaje aquí (tocándose el brazo). Juliana Pernambucana me dijo que era mi deber ostentar este tatuaje aquí, en este brazo; soy marinero. ¿Ves? Veo el mundo; el mundo me ve … Ve la tragedia geodésica, my friend».

  Neptuno dijo que el marinero no había entendido el tatuaje; pero Juliana Pernanbucana le había sugerido que iba a llegar el día en que el tatuaje se justificaría a sí mismo. En el momento adecuado, el tatuaje adquiriría su verdadero sentido y devendría un mensaje des-cifrado. El tatuaje era una señal para alguien en el futuro. Neptuno continuó reproduciendo su diálogo con el marinero, ventrilocuándolo:

«Tal vez», dijo el marinero de Ámsterdam, «el tatuaje ha estado en mi brazo esperando para hacer lo que está haciendo ahora … en este preciso instante. ¿Has notado la señal de este lugar, allá afuera? ¿El cartel de este café?», quiso saber.

«Sí, man, dice Paradise».

«Sí, sí, Paraíso, pero … ¿lo miraste cuidadosamente? ¡Palmeras, amigo! ¡Tres palmeras! ¡Tantas como en mi brazo! Por eso entré aquí. ¡La Trinidad, amigo! ¡Número Sagrado! He estado pensando en las tres palmeras en mi brazo todos los días desde que las recibí de la tinta y precisa mano de Juliana Pernambucana. ¡Santo cielo! No una o dos, sino tres palmeras, ¿ves? » De repente, se había puesto muy agitado: «Tal vez te estaba esperando a vos, mi querido dude brasileño». Continuó. «¡Paraíso, my friend! Utopía, my friend! ¡Música brasileña, my friend! ¡¿No lo ves?! ¡Presagios, my friend! ¡Extrañas coincidencias!»

Neptuno estaba contando esta parte de la historia muy vívidamente, como si estuviera realizando algún tipo de psicodrama. Su voz había ganado el tono y la velocidad del marinero. En retrospectiva, imagino que el Marinero de Amsterdam debe haber sonado como el fotógrafo de Vietnam interpretado por Dennis Hopper en la película Apocalypse Now de Francis Ford Coppola. La has visto, ¿no? ¿Observaste el frenesí con que el fotógrafo habla del general Marine, Kurt? En fin; viene al caso. Pero dejo que Neptuno continúe la descripción de su intercambio con el marinero de Ámsterdam. Quien habla es Neptuno:

«Nos perdimos en nuestros pensamientos individuales. Cavilábamos. Ahora estábamos compartiendo su pipa de agua, su Hookah. Fumamos en silencio por un rato. Entonces, el marinero me preguntó»:

«Escucha, ¿has oído hablar de las técnicas mnemotécnicas trascendentales, brother

«No. Ni idea”.

«Es una forma de recordar algo importante para siempre», continuó. “Y, ahora, ¿qué hay de Sabiduría al azar o Designios cósmicos? »

“¿Designios… qué?»

“¿Has oído hablar de alguno de esos? »

 «Por supuesto que no», ya yo medio perdiendo la paciencia.

«Por Zeus», saltó; «¡por eso tenía que venir a fumar aquí hoy! ¡Ahora lo veo! ¡Para que pudieras encontrarme, my friend; ¡para que yo pudiera encontrarte!»

«Para entonces, me había ganado. Sentí que el azar no tenía nada que ver con esto de encontrarme sentado al lado de este hombre, ahora”, nos confesó Neptuno. Y continuó transmitiéndonos su diálogo con el marinero de Ámsterdam:

«Mensajes cósmicos, amigo!», después de un largo trago de su dulce hachís, exclamó el marinero posando un dedo sobre mi libro: «¿Qué estabas leyendo ahí, my friend? … ¿para qué?» casi exigió.

«Supongo que este libro describe algunas cosas sobre la posibilidad de existencia de un lugar mejor. Es algo antiguo, man», creo que le dije.

«¿Un lugar mejor?, ¿qué lugar?», siguió fumando el marinero mientras esperaba mi respuesta.

«Como en un simulacro de escuela primaria, pasamos rápidamente por todo el asunto nuevamente; el marinero me guiaba», nos informó Neptuno.

«Sí», le repetí una vez más. «un lugar mejor»

«Un lugar mejor, algo imposible, un ideal, la utopía: como un paraíso, por ejemplo», dijo casi sarcásticamente el marinero, y sugirió: «Olvidemos lo imposible». Se apoyó fuertemente en esa última palabra. «Estás buscando el mejor lugar, tu lugar. Eso es lo que estás haciendo. Como ese lugar perfecto y exacto del porche de la casa del chamán, en Las enseñanzas de Don Juan de Carlos Castañeda».

«No tenía idea de qué estaba hablando. “Mirá, man”, le dije, “creo que todos estamos buscando nuestro propio lugar”. Estaba tratando de resistirme».

«Sí, my friend, lo sé, pero sólo algunos obtienen una respuesta», discordó el marinero con un tono intrigante … «¿Dónde se halla el lugar en ese libro?»

«No sé, man, no dice».

«Sí, dice. Pregúntale al Cosmos, my friend. Te voy a enseñar. Vas a hacer lo siguiente: tomá una página de ese libro de modo aleatorio; no la elijas ni la leas, y pasame el libro después, si es que esto te interesa».

Todos estábamos escuchando atentamente a Neptuno; Por fin nos decía cuándo, dónde, por qué y quién. Y más que eso.

«Abrí el libro en algún lugar, le apunté a una de las páginas y se lo pasé al marinero. Mientras se lo entregaba», continuó Neptuno, «noté que mis manos temblaban un poco, pero se lo atribuí a la marihuana».

Neptuno nos dijo que había mantenido ese libro cuidadosamente desde ese entonces. Ahora era una obra trascendental: se había convertido en un objeto religioso, una reliquia, un ícono: había sido decretado libro sagrado de algún modo, consagrado por el misterioso marinero de Ámsterdam. Neptuno lo guardaba con gran cuidado en su pequeño cofre naval dentro del carparacaídas.

Neptuno volvió a su silencio, por lo que Meteoro fue de inmediato al paracaídas-carpa. Durante unos minutos, todos escuchamos el sonido de pequeñas olas nocturnas que fenecían plácidamente en la arena. Meteoro regresó con el libro.

Neptuno lo tomó. Alzó y nos mostró un libro de antiguo para que todos lo observásemos: era un ejemplar de la Utopía de Thomas More. Nos acercamos más. Iluminado por las llamas y la luz de la luna, el libro temblaba en las manos de Neptuno: una tapa blanca donde se reproducía un grabado medieval de una isla o continente. La palabra Utopía estaba impresa en letras tan enormes como las del cartel de Paradise, el coffee-shop de Ámsterdam, y la imagen de la terra firma central no era muy diferente del tatuaje Juliana’s Island que el marinero de Ámsterdam ostentaba en su brazo.

Se lo entregó a Tetê y le dijo: «Buscá la página trece». Tetê hojeó el libro y le contestó: «Le falta. No hay página trece». «Correcto», dijo Neptuno. «Lo fumamos. Esa fue la primera vez que hice eso. El marinero me enseñó cómo hacerlo. Pero, como sabés, antes de fumar, lo leímos tres veces. En esa página te enterás de que Hythlodaeus, este tipo que pasó una temporada en ese lugar llamado Utopía —fue quien fundó Utopía, digamos— una vez había sido marinero. Fue tripulante del marino italiano Américo Vespucio (por quien América se llama América, como sabrás). Hythlodaeus navegó en los cuatro viajes de Vespucio desde el Viejo Mundo, hasta lo que sería América, cara», nos aleccionó Neptuno. «Pero, en el último viaje le pidió al comandante que lo autorizara a quedarse en esa nueva tierra. Hythlodaeus abandonó el barco en el Nuevo Mundo, cara. En ese continente que se iba a llamar América, por el nombre del navegante Americo Vespucio, como te digo. Seré más preciso: pidió que lo dejaran abandonar el barco en el hemisferio hundido del tatuaje que el misterioso marinero de Ámsterdam llamó Juliana’s Island. En Sudamérica, cara. Allá en el coffee-shop Paradise de Ámsterdam, el marinero me hizo leer ese párrafo tres veces, y así fue cómo lo aprendimos de memoria. En ese párrafo se lee lo siguiente:

«En el viaje final (Hythlodaeus) no regresó con él (Vespucio). Lo importunó e incluso le arrebató su autorización a Américo para ser uno de los veinticuatro que en el punto más alejado del último viaje se quedaron en tierra, atrás del fuerte

La voz de Neptuno ahora era una octava más baja, enrarecida por el humo que todos habíamos estado fumando desde el fin de nuestra cena, la hora y la gravedad misma de estas revelaciones de la que éramos ahora partícipes.

«Extrañas coincidencias. El marinero me aseguró con total certeza que este género de extrañas coincidencias nunca son coincidencias, sino signos, como el que cuelga sobre la entrada de coffee-shop, con sus tres palmeras. Uno debe descifrarlos. Pensá en la página elegida al azar. Era la número trece; un número muy cargado. Según para quién, de muy buen o mal aguero. Ese párrafo, justo después de donde dice ‘atrás del fuerte’, te dirige a una nota al pie», nos aclaró Neptuno. «Esa nota explicativa localiza el lugar preciso en el Nuevo Mundo donde Hythlodaeus y otros veintitrés tripulantes abandonaron el barco para permanecer en ese punto del Nuevo Mundo para siempre. Un poco como si ahora optases por quedarte en la Luna».

Neptuno estaba a punto de concluir su historia.

«“Veamos la nota veintitrés”, dijo el marinero»., Neptuno continuó contándonos su diálogo: «El marinero y yo fuimos al final de la página trece y leímos la nota veintitrés al pie de la misma: 23. Cabo Frio, en el sudeste de Brasil.

«Ustedes todavía no están familiarizados con Praia do Forte, en Cabo Frio, ¿verdad?», continuó dirigiéndose a nosotros Neptuno. «Playa del fuerte, en Cabo Frio. No muy lejos de donde estamos ahora, aquí en Buzios, ¿verdad? Bueno, ese fue el primer pie a tierra de Hythlodaeus en su búsqueda de Utopía. Debés buscar una copia de este libro, pero un ejemplar que esté entero, antes de que a la página trece se la hayan fumado dos tipos como lo hicimos el marinero y yo esa noche en Ámsterdam como medio de adquisición de sabiduría cósmica y revelación de mensajes. Estoy bromeando, pero no sobre lo primero: si te agencias de la edición de Utopía de 1964 por la editorial de Yale University, ésta que tengo en mi mano, pero enterita, allí podrás comprobar que todo lo que te acabo de decir es verdad: está todo bien escrito en la página 23.

«Ahora que me he aproximado un poco más a la lógica de los misterios, quiero que entiendas que es muy difícil que lo siguiente sea una mera coincidencia. Mirá: compro un libro de segunda mano en una mesa de usados en Inglaterra, y resulta que ese libro inglés sobre un tema inglés fue impreso y publicado en el Nuevo Mundo, en la universidad de Yale.

«Pero volviendo al coffee-shop del Red Light District: la cosa es que a continuación el marinero enrolló un gran porro con esa página y mi yerba y lo fumamos juntos. Dejamos nuestras respectivas pipas de lado; el la de agua y yo la de vidrio.

«Loucos de pedra, fumados, el marinero y yo nos sumimos en completo silencio por incontables minutos. La música de fondo ahora era apropiadamente “trascendental”: la cítara de Ravi Shankar. Al fin, el marinero se puso de pie para señalar mi camino y mi futuro: “Buena suerte, my friend and brother. O mejor, buena Fortuna: que esa diosa te ilumine”. Fue lo último que el Misterioso Marinero de Ámsterdam me dijo; tan sólo eso, ya que todo estaba más que claro. Ni siquiera nos dimos las manos. Entonces, el ángel voló de ese coffee-shop y nunca más volví a verlo. Mi destino estaba sellado».

La apoteosis de Yemanjá había cerrado el círculo. Neptuno dio una última pitada y colocó la pipa en su regazo. Nos brindó la postrera sección de su relato:

«Yo salí de ese café mucho más tarde. Permanecí afuera un rato, mirando esas letras rojas y verdes: Cofee-Shop PARADISE The Best, y las tres palmeras. Ese cartel me hablaba: había algo que tenía que hacer en Sudamérica. Debía navegar a través del Atlántico, hacia esa región de la Utopía de Hytlodaeus. Sería mi vuelta al hogar, mi Nostos. No sabía aún sobre esos desconocidos que algún día debía encontrar, ustedes, después de que pisara las arenas de las playas encerradas entre los istmos, penínsulas, bahías y ensenadas cercanas a Cabo Frio. Esa sería mi misión».

Neptuno centró sus ojos en el distante, oscuro e invisible horizonte e hizo silencio por el resto de la noche.

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New York City, 22 de febrero de 2020

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