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Sabemos que esas cosas suceden, tienen que suceder, pero no nos queremos resignar, entonces, cuando pasan, nos duelen más.

El 10 de enero del 2011 fallecía María Elena Walsh, y muchos fuimos los que sentimos en ese momento, en el de la noticia, que una parte de nosotros también se iba. Nos quedaban las canciones, los poemas, los cuentos, esa sonrisa que tanto decía. Pero también algo muy grande se iba.

Cuántos de los que hoy compramos discos con sus canciones para nuestros hijos nos introdujimos en el humor con esas imposibles situaciones que surgían de sus letras. Cuántos, gracias a ella, comprendimos el juego del absurdo mucho antes de siquiera conocer esa palabrita. Y más aún, cuantos nos aproximamos a lo que significaba la libertad al escuchar cosas como “Yo no soy un gran señor, pero en mi cielo de tierra cuido el tesoro mejor, mucho, mucho, mucho amor”.

Y después vinieron otras canciones, esas que hablan de cigarras y soles sin bolsillos y serenatas para la tierra de uno.

María Elena Walsh creó una forma de cantarles a los niños y reformó el modo de cantarles a los adultos, y por eso se hace tan entrañable su persona para quienes todavía recuerdan de memoria canciones que hace décadas que no escuchan.

Nos quedan sus cuentos, sus canciones, sus poemas. Y nos queda, especialmente, su amor por el otro.

Tres años sin María Elena, la mujer que lleva a nuestro lado toda una vida.

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