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Desde que los tripulantes del Tunante II emitieron las últimas señales de vida su búsqueda se convirtió en una pesquisa con más interrogantes y signos misteriosos que pruebas concluyentes. El papel de la Marina brasileña, las dudas de la familia y una idea que aún persiste: pueden estar vivos

Pasadas las 13 horas del martes 26 de agosto de 2014, el celular de Nicolás Vernero sonó por primera vez. «Nos tumbamos, estamos bien, perdimos las velas», le contaron desde el otro lado de la línea. Era Mauro Capuccio, llamando desde uno de los dos teléfonos satelitales que tenía el Tunante, un velero de 41 pies con cuatro argentinos a bordo. Entre ellos Alejandro Vernero, padre de Nicolás. En el océano Atlántico, 170 millas náuticas al este de Río Grande, Brasil, aquel mediodía era un infierno: soplaban vientos de ochenta kilómetros por hora, el mar se retorcía en olas de ocho metros de altura y la lluvia caía a baldazos de un cielo grande y negro.

Mauro le contó que el velero había dado una vuelta de campana y que la batería se había arruinado, y le pidió que alertara a la Marina porque ellos no podían comunicarse. Nicolás dio la señal de emergencia. A partir de ahí, en su casa se fueron juntando todos los familiares de los navegantes. Pusieron el teléfono en altavoz. Los cuatro del Tunante dijeron que estaban bien de salud y que tenían comida para unos veinte días. «No sé si el palo (mástil) aguanta», escucharon decir a alguno. Navegaban -ya sin velas- con el motor auxiliar del velero, que se usa para salir y entrar a puerto, y se suele apagar en aguas abiertas: es un motor débil. Iban en dirección al noreste. Hora a hora pasaban las coordenadas del barco a los familiares, y ellos a la Marina. Esa triangulación continuó toda la noche: la Marina brasileña nunca habló directamente con el Tunante.

A las 16.45 el Selje, un buque mercante noruego que se encontraba por la zona, pero yendo en dirección contraria, recibió un aviso de la Marina y dio media vuelta en busca del velero. A las 20, el primer teléfono satelital del Tunante se quedó sin batería. Un rato después, la Marina brasileña pidió que empezaran a tirar cada quince minutos las bengalas que tenían a bordo, porque se acercaba el Selje. A las 22.50 el Selje alcanzó y avistó el Tunante. Los separaban unos cuatrocientos metros. La visibilidad era pésima, llovía a cántaros y las olas, de vez en cuando, escondían por completo el Tunante. Por esa hora, también, se rompió el timón del velero y los tripulantes quedaron a merced del océano, sin ningún tipo de control sobre el barco.

Desde la Marina brasileña les informaron a los familiares el plan: el Selje escoltaría el Tunante y, si veía que se estaba por hundir, enviaría un bote salvavidas al rescate. El buque noruego también intentó hacer una maniobra de rescate bastante común: ponerse de costado para taparle el viento al velero, planchar un pequeño sector del mar, y entonces buscarlos con algún gomón o subirlos directamente con sogas. El libro de actas del Selje de aquel día dice que esa maniobra, que requería que el buque girara 45 grados sobre su eje, no la pudieron hacer por la tormenta. «Pero habían hecho varios giros similares mientras viajaban al sudoeste, en dirección contraria al Tunante, y habían girado 180 grados para ir a buscarlos», dice Patricio Mulhall, piloto de yate que se compenetró con la búsqueda.

«Los vemos ahí, ¿qué pasa que no vienen a buscarnos?», preguntaban los cuatro del Tunante a las 23.50, cuando llamaron para pasar posición. A las 0.22 Mauro le mandó un mensaje a su mujer, Giovanna Benozzi: «Estamos bien. Agotados. Esperando el buque. Un beso». El libro de actas del Selje también dice que no había nadie en la cubierta del Tunante y que desde dentro, a través de alguna ventana, en la noche, con la luz blanca de una linterna, hacían señales en código morse.

A las 2.55 de la mañana, fue la última comunicación entre el Tunante y los familiares: llena de interferencias, desde el altavoz del teléfono de la casa de Nicolás Vernero solo salían ruidos de viento y palabras sofocadas. Se había acabado la batería del segundo teléfono de los navegantes. Y el Selje, además, había perdido toda comunicación con la Marina; recién la pudo reanudar a las 7.30 de la mañana, cuando comunicó que había escoltado el Tunante hasta las cuatro de la mañana y que luego los había perdido de vista.

Al día siguiente, miércoles, el remolcador Tritao de la Marina brasileña, una bestia de mil toneladas de acero, se acercó a la última ubicación constatada. No encontró nada. Un par de helicópteros rastrillaron la zona. Nada. El Selje nunca los volvió a ver. El jueves a las tres de la mañana, el primer teléfono satelital del Tunante se encendió y trató de iniciar una llamada; las baterías de esos aparatos tienen una pequeña recuperación residual de energía las primeras horas después de agotarse. A las 11, volvieron a hacer el intento, esta vez desde el segundo teléfono. Ninguno tuvo éxito. Entre la noche del martes y la mañana del miércoles, los tripulantes del Tunante se habían convertido en náufragos.

El Tunante salió del puerto de San Fernando, provincia de Buenos Aires, el viernes 22 de agosto a las siete de la tarde, en un viaje de placer a Río de Janeiro. Además de Mauro Capuccio -35, empleado público, fanático de River y de Manu Ginóbili- y Vernero -62 años, cardiólogo, un cruce del Atlántico en su currículum náutico-, a bordo iban Jorge Benozzi -62, un muy reconocido oftalmólogo dueño del barco, suegro de Capuccio y padre de Giovanna- y Horacio Morales -62, guardia administrativo, basquetbolista amateur-. Planeaban llegar a Río de Janeiro, dejar el velero y volver en avión; más adelante, en otro viaje, lo buscarían y se volverían navegando. Ese viernes había buen tiempo: pocas nubes, viento suave del sudeste, unos veinte grados de temperatura. La mujer de Benozzi les preparó bombones de chocolate para el viaje.

Luana Morales, hija de Horacio, cuenta que venían planeando el viaje hacía tiempo. «Entrenaban en el Río de la Plata, cruzaron a Uruguay un par de veces, iban haciendo los arreglos del barco. Una vuelta suspendieron un viaje a Mar del Plata por una tormenta», dice, y larga una risa suspirada. «Querían participar de una regata Buenos Aires-Río de Janeiro que se hace en febrero, pero no llegaron por los arreglos».

El domingo 24 de agosto al mediodía, Gloria Holzmann y Maritza Delgue andaban en auto cerca de la costa de La Paloma, Uruguay, cuando les llamó la atención un velero que se dirigía al puerto maniobrando entre olas enormes. «Hasta el mástil se escondía entre una ola y otra», recuerda Maritza ahora. Fascinadas, se desviaron de su camino y lo siguieron desde la ruta, bien cerca de la costa, durante veinte minutos, desde la playa Los Botes hasta el puerto de La Paloma. Son cinco kilómetros en auto. En un momento los perdieron de vista, pero se adelantaron y los esperaron, hasta volver a encontrarlos. Cuando el velero entraba en el puerto, Maritza agarró su celular y le sacó una foto. «Me parecía increíble que ese velero no se hubiera guarecido en Punta del Este», dice Gloria. «Sin duda que sabían navegar, porque la entrada a puerto fue una maniobra impecable».

Los tripulantes del Tunante habían parado en La Paloma por una falla técnica del velero. Llenaron a tope el tanque de combustible, compraron algo de comida y fueron a la farmacia por una cajita de Aeromar, pastillas para el mareo. «Se reparó una burda (el elemento que mantiene la verticalidad del mástil de la vela) de las cuatro que tenía el barco. Quedó sumamente firme. De todas maneras no era algo fundamental», cuenta Tato Seguessa, un velerista uruguayo que los ayudó con el arreglo. «Estaba en buenas condiciones el barco y en buenas condiciones el grupo».

Ese día, varios sitios web de pronósticos meteorológicos anunciaban tormenta. Luana explica que WindGURU, muy consultado entre navegantes y surfers, auguraba buen tiempo, y que su padre y los demás pudieron haberse fijado en ese sitio. «Varios veleristas de ahí nos dijeron que con ese tiempo ellos también salían», dice. A las 11 de la noche del domingo 24 de agosto, doce horas después de haber llegado, salieron del puerto de La Paloma. Llevaban latas de gaseosa, de comida y un tanque de 180 litros de agua, además de un potabilizador y elementos de pesca.

El lunes 25, a las 16.11, Mauro le mandó un mensaje de texto a Giovanna: «Todo bien, a seis horas de Porto Alegre». El martes 26, cerca de las nueve de la mañana, mandó otro: «Todo bien, pero bastante viento». Esa misma noche, menos de veinticuatro horas después, se perdieron, y desde entonces circularon en blogs de náutica distintas versiones que sugerían que los náufragos habían sido negligentes. Se habló, entre otras cosas, de la falta de un Epirb en el barco, un aparato con fuente de energía eléctrica propia que emite una señal con su localización.

El resto de esa semana, la última de agosto, el Estado brasileño los buscó con el remolcador Tritao y dos aviones. El sábado 30, Argentina se sumó a la búsqueda: puso a disposición de la Marina vecina un buque militar y pidió agregar un avión más a los operativos. Para el domingo 31 de agosto, dos barcos y tres aviones buscaban el Tunante.

El 1 de septiembre, Luana y Tomás Vernero se tomaron un avión a Río Grande do Sul. Querían estar más cerca de los hechos, constatar los esfuerzos de búsqueda. A la semana Tomás volvió, y lo reemplazó Giovanna. Luana y Giovanna abrieron un grupo en Facebook que sumaba miembros de a miles, una cuenta de Twitter, página web. Y se contactaron con DigitalGlobe, una empresa norteamericana que vende imágenes satelitales, pero que a través de su subsidiaria Tomnod colabora gratis en proyectos humanitarios. En tomnod.com postean imágenes y las dividen en pequeñas parcelas que voluntarios online registran; si encuentran algún punto sospechoso, lo etiquetan y la empresa lo chequea. Así buscaron los restos del avión de Malaysia Airlines y la tumba de Gengis Khan. DigitalGlobe aceptó contribuir con imágenes del Atlántico sur para la búsqueda del Tunante y cerca de 100.000 personas llegaron a rastrear parcelas de océano para encontrar un velero blanco de 41 pies.

Pero la primera quincena de septiembre de 2014 transcurrió sin novedades concretas. Y el 15 de septiembre, la Marina brasileña publicó un comunicado: «La búsqueda estará suspendida hasta la aparición de nuevos indicios».

El día que Brasil suspendió la búsqueda coincide con el plazo de veinte días de provisiones que tenían los tripulantes del Tunante. A partir de ese lunes 15 de septiembre -días más si lograron racionar la comida, días menos si no- tuvieron que pescar para sobrevivir.

Estoy en una lancha de unos cuarenta pies, blanca reluciente y con sillones de tapizado beige, llegando a la bahía de Nueva York, todavía algunas millas metido en el Atlántico. Es el mediodía pero está todo oscuro. Hay vientos de ochenta kilómetros por hora, truenos, mucha lluvia. En una tormenta así el mar se pone negro y no hay -como esperaba- grandes olas que rompen: hay bultos de ocho metros de alto, médanos vivos que se deshacen, se mezclan, crecen de nuevo. La lancha se zarandea para todos lados y, en tres minutos, ya van varias veces que casi la vuelco. «Y eso que el tuyo es a motor, eh», me dice Guillermo Delamer, director del Centro de Investigación y Entrenamiento Marítimo y Fluvial. «El de ellos no. Imaginate: es una coctelera».

En realidad estoy en el séptimo piso de un edificio de Avenida Roca al 600, una tarde pegajosa de diciembre, en un simulador espectacular que tiene el Centro de Investigación y Entrenamiento, a un par de cuadras de Plaza de Mayo. Delamer -67 años, director del CIEMF- me recreó las condiciones de la tormenta que agarró al Tunante aquel 26 de agosto. «Te metés en el velero y esperás que pase. No hay otra».

El 28 de septiembre, algún voluntario encontró en su parcela de océano una mancha blanca que se correspondía con el tamaño del velero desaparecido. Esa misma noche, Luana y los familiares llevaron la imagen a las autoridades brasileñas y argentinas, junto con las coordenadas del presunto Tunante y sus posiciones estimadas para los días siguientes. No hubo respuesta. Durante los diez días que siguieron, consiguieron una copia de mayor definición de la foto y la acompañaron de informes y declaraciones del CIEMF, de un estudio de oceanógrafos, de un especialista en teledetección espacial y del diseñador del velero; concluían que la imagen tenía una compatibilidad del 90% con el Tunante.

El 9 de octubre, la Armada brasileña decidió reanudar la búsqueda. Los familiares eran pura euforia. «Amigos, los encontramos. Ahora hay que ir a buscarlos», escribió Luana en el grupo de Facebook. El sábado 11 a las cinco de la tarde, un avión de la Fuerza Aérea brasileña que rastrillaba el océano recibió un fuerte reflejo de luz blanca. Cuando bajó la altura para revisar de dónde venía, avistó un velero con un objeto naranja a una milla de distancia. Dio tres vueltas alrededor y marcó la zona con tinta fluorescente y un disparo electrónico. Desde la Fuerza Aérea se comunicaron con los familiares, les mostraron fotos que el avión había sacado y les dijeron que se quedaran tranquilos, que estaban yendo a buscarlos.

El domingo 12, el remolcador Tritao llegó a la zona. La visibilidad era pésima. No encontró nada. Mandaron cuatro aviones más: nada. El lunes el tiempo estaba incluso peor. Un solo avión pudo salir y tuvo que volver a la hora. Nada. «¿Sabés lo que es rastrear en el mar?», me dice Delamer. «Es cielo y agua, nada más. Mirás para todos lados y es eso: cielo y agua, una cosa interminable».

El martes 14 de octubre a las siete de la tarde, tres días después del avistamiento del avión, la Marina brasileña comenzó a emitir por radio una alerta SAR (un aviso de lectura obligatoria para los barcos que andan por la zona) que informaba sobre una embarcación a la deriva con cuatro tripulantes a bordo y una última posición conocida del 13 de octubre a las 19.31. Cuando Luana se enteró, dijo a un diario de la ciudad bonaerense de San Pedro: «Esto es una increíble meganoticia, estamos todos temblando». Todavía no habían hablado con ninguna autoridad brasileña. Intentaron comunicarse con la Marina de ese país, sin éxito.

Una hora después, a las ocho de la noche del martes 14 de octubre, la Marina emitió otro comunicado: hacía dos días, el 12, había aparecido la balsa del Tunante. La había encontrado un pescador, 190 millas al sur de la zona donde estaban buscando.

Kopezca I es un barco pesquero brasileño de unos cincuenta pies de largo, blanco con pinceladas de óxido naranja. Navega por el Atlántico sur, a la altura del estado de Río Grande do Sul, y pesca con espinel: saca peces grandes. El domingo 12 de octubre navegaba doscientas millas al este de la costa de Tramandaí cuando sus tripulantes divisaron en la superficie del océano una balsa salvavidas color naranja desinflada y semihundida. Uno de los marineros saltó al agua pensando que podía haber personas, pero se encontró con una tortuga marina de ochenta kilos enredada. La logró liberar con un cuchillo y subió la balsa a bordo. Sus compañeros se burlaban, le decían que era un héroe. La balsa estaba en muy buen estado: el naranja del material todavía refulgía. Adentro había una riñonera con un DNI, una tarjeta de una obra social (ambos de Horacio Morales), blísteres con remedios, monedas, una llave, y un buzo con varios agujeros recortados y una soga atada. Vitor Valverde, el capitán del barco, nunca había vivido nada parecido en el mar. «Debe haber sido una muerte agonizante», escribió en su muro de Facebook el 25 de octubre. «Me siento agradecido a Dios por haber encontrado la balsa y poder de cierta forma ayudar a los familiares a aliviar el sentimiento de dolor».

«Los días siguientes al anuncio de la aparición de la balsa fueron emocionalmente muy duros», dice Giovanna. Martes, miércoles y jueves los familiares llamaron constantemente a la Marina brasileña para conseguir detalles: no sabían si la balsa era motivo de esperanza o un punto final. Las autoridades les dijeron que por el mal tiempo no se podían comunicar con el Kopezca pero que ya habían mandado el Tritao a buscar la balsa. Pero después tampoco pudieron entablar comunicación con el Tritao: había que esperar a que volviera.

El viernes 17 de octubre citaron a los familiares en la sede de Río Grande de la Marina. Les mostraron la balsa. «No había rastros de comida ni de bebida, ni herramientas ni elementos de supervivencia, no había nada», dice Giovanna. Les informaron que un barco pesquero la había atrapado en sus redes (aun cuando el Kopezca usa espinel), y les dijeron que los resultados del peritaje de la balsa estarían listos el 30 de noviembre.

«Es una clara señal de que están vivos», dijo Tomás Vernero refiriéndose a la balsa. «La pueden haber soltado como señal de auxilio o se les puede haber desprendido en algún momento». A la balsa -además de todos los elementos de supervivencia- le faltaba el piso, una lona refractaria plateada que se usa para mantener la temperatura corporal. Delamer explica que es casi imposible que se desprenda sola (está enganchada con tirantes), y que pueden haberla sacado para reflejar el sol y hacer señas, llamar la atención. Mulhall dice que el reflejo fuerte del día del avistamiento del avión pudieron haberlo hecho con esa lona o con un espejo heliográfico que también estaba en la balsa. Y que el buzo con la soga puede haber sido un parche improvisado para arreglar el timón: «Pueden haberse subido a la balsa para hacer el arreglo y, en algún momento, se desprendió y la perdieron». Agrega que los cortes en el buzo están hechos con tijera, y no había tijeras en la balsa.

Los familiares calcularon que la balsa, por el buen estado en el que apareció y comparándola con un ejemplar nuevo que la empresa fabricante armó especialmente, estuvo entre quince y veinte días en el mar; esto confirma que el barco sobrevivió a la tormenta que los tumbó aquel 26 de agosto. Y están convencidos de que no activaron la balsa porque se hundía el velero: «Si te subís a la balsa, ¿no te llevarías todo lo que pudieras? No había bolsas para juntar agua, no había comida, no había nada para sobrevivir», dice Giovanna.

Néstor Völker tiene 64 años y diseñó el Tunante hace tanto tiempo que ya ni recuerda la fecha. «Serán unos veinte años, poco más, poco menos», dice. Además, se pasó la vida navegando por el mundo. Corrió, entre tantas otras, la regata Fastnet de 1979, en el Reino Unido, que terminó con dieciocho muertos y generó la operación de rescate en tiempos de paz más grande de la historia («Pensamos que habíamos tenido mala suerte con un par de olas, pero cuando volvimos era un ce-men-te-rio»).

Es ingeniero naval y más de cincuenta de sus modelos de embarcaciones se fabrican en serie en distintos países. No conoció a ninguno de los tripulantes del Tunante y lo diseñó para un dueño anterior que -escuchó- no lo tenía en buen estado. Dice que es un velero más para crucero que para regata, pero que perfectamente puede hacer el viaje Buenos Aires-Río de Janeiro. Que lo de la foto de Tomnod del 28 de septiembre casi seguro que era el Tunante. Y no habla más del barco. Völker no lo dice, pero no cree que tenga sentido hacerlo: un velero un poco anticuado, nada fuera de lo común, un poco más grande de lo que se usa ahora.

El viaje de Buenos Aires a Río lo hizo varias veces: «Es bastante duro. La parte de Punta del Este a Florianópolis es jodida, a mí me parece más dura que cruzar el Atlántico. Últimamente se están armando unas tormentas bien bien bravas. La tormenta que los agarró. Y, es común, sí, te puede agarrar una así. Ochenta kilómetros por hora no es mucho. Es bastante, pero no es para perderse, ¿no?».

Tras diez días sin novedades, el 22 de octubre la Marina de Brasil suspendió por segunda vez la búsqueda. «Con la aparición de la balsa tuvieron la excusa perfecta», dice Luana. Y el 29 de octubre, basándose en el supuesto semihundido que había anunciado la Marina, Tomnod suspendió la provisión de imágenes satelitales.

Desde que encontraron la balsa no hubo más novedades del Tunante. El Estado argentino siguió con la búsqueda, un poco más pasiva. Los familiares siguieron trabajando con el Ministerio de Defensa y con la Comisión Nacional de Actividades Espaciales del Estado argentino (CONAE), que escanea el océano con sus satélites. El 31 de enero de 2015, un informe -encabezado por Patricio Mulhall y con el apoyo de Elbio Palma, eminencia en el campo de la oceanografía- inyectó energía a la búsqueda. La CONAE ya sabía cada vez menos a dónde apuntar la mirada. Mulhall y los demás tomaron un modelo que los oceanógrafos usan para analizar el movimiento del plancton, le cargaron datos de la NASA de vientos y corrientes marinas y calcularon el movimiento del Tunante desde las últimas posiciones conocidas. También se fijaron qué pudo haber pasado si los tripulantes armaron un aparejo de fortuna (unas velas bastante precarias) para dirigir el velero, y si les duró mucho tiempo o no. El modelo les dio cientos de resultados posibles, pero casi todos estaban dentro de un cuadrado relativamente chico: desde el sur de la provincia de Buenos Aires hasta el sur de Brasil, casi a la altura de Porto Alegre, y desde la costa hasta una línea imaginaria a unos 1.100 kilómetros en el océano. La CONAE concentró esfuerzos en esas áreas y encontró un buen número de puntos sospechosos, que suelen notificarse a embarcaciones que andan por la zona para que chequeen. Por ahora no encontraron más que ballenas muertas e islotes de basura. También intentan hacer correr la voz, comunicándose con embajadas, puertos, asociaciones náuticas, y repartiendo flyers en varios idiomas para que los barcos que naveguen por el Atlántico cerca de Brasil estén atentos.

«A diferencia de quienes sobrevivieron a la deriva en un pedazo de madera, de fuselaje, o en la puerta de una heladera, los navegantes que buscamos están en un departamento. Tiene dos médicos a bordo, con botiquines completos y tienen con qué conseguir comida», dice Cristian Unda, rescatista sanjuanino que participa en la búsqueda. Los familiares se basan en comparaciones con naufragios largos para sostener las posibilidades de vida y seguir con la búsqueda. Y en el hecho de que no apareciera ni el barco ni sus restos, ni los tripulantes ni sus cuerpos. «Nosotros creemos que están vivos. No hay ningún indicio para pensar lo contrario y hay muchos testimonios de personas que han naufragado durante mucho más tiempo en peores condiciones», dice Giovanna Benozzi sobre esta historia con final abierto. «Hay cosas concretas que muestran, más allá de una esperanza o de un deseo, que esto es posible».

Nota de Joaquín Ladeuix

Por: San Pedro Informa

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1 COMENTARIO

  1. Que historia conmovedora la del Tunante.La búsqueda nunca debería dejarse porque nunca se sabrá el final.Ojalé sea el mejor.Fuerzas a sus familias.

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